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'UN GRAVE ERROR'
El programa de Podemos y la sorprendente sorpresa del PSOE
El PSOE dice haber entendido la propuesta de Podemos como una negativa indirecta y "un grave error". Pero el error más grave sería no aceptar que la formación de Iglesias es exactamente lo que dice ser: una fuerza revolucionaria.
Carlos Esteban
Miércoles, 17. Febrero 2016 - 22:17
3 comentarios
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Podemos quiere "controlarlo todo", ha dicho este miércoles el socialista Óscar López en los pasillos del Congreso ante los periodistas. El portavoz del PSOE en el Senado cree que la propuesta de la formación morada constituye "un grave error" y representa una "involución democrática", reflejando la perplejidad de los socialistas a una oferta de coalición de gobierno que consideran un portazo a las negociaciones.
En realidad, sorprende el convencimiento de que el documento presentado por el partido de Pablo Iglesias no es más que un elaborado rechazo tácito al PSOE que mantenga su credibilidad frente a los votantes y ponga la pelota en el tejado de los socialistas de modo que sean estos quienes deban pronunciar el "no" explícito.
Por lo que sabemos, tal podría ser el caso: a nadie se le escapa que, pese a ser la segunda fuerza y contar con más escaños en el Congreso, el PSOE de Pedro Sánchez está en una posición de debilidad en sus negociaciones para formar una coalición de gobierno frente a los de Iglesias. Éstos pueden permitirse pedir la luna y las estrellas y mantenalla y no enmendalla porque cualquier resultado le favorece. Si Sánchez cede y acepta el revolucionario programa de los podemitas -no me crean: léanlo-, Pablo Iglesias tendrá ya el poder y los socialistas se convertirán en meros figurantes de un ejecutivo en el que pinchan poco y cortan menos.
¿Qué más queda? La Gran Coalición del consenso socialdemócrata -PP, PSOE y Ciudadanos- parece descartada desde el primer día. La lluvia de casos de corrupción que parece caer de golpe sobre el partido aún en el poder y el empecinamiento de Rajoy en mantenerse contra viento y marea pese a ser el líder peor valorado por los españoles es, más que causa, excusa perfecta para no acercarse a una sedicente derecha que vive en un perpetuo 'Pacto del Tinell' desde que existe.
De nada sirve que el PP haya sido, en la práctica, el mejor aliado de los cambios sociales impuestos por el PSOE o que, en su actual mandato, haya mantenido hasta la última letra todas las medidas de ingeniería social de Rodríguez Zapatero a las que se opuso vociferante en su día -desde la ley del aborto a la ley de la memoria histórica, pasando por la de paridad y terminando por el matrimonio de personas del mismo sexo- y se haya ofrecido a eliminar sus propias iniciativas -la llamada Ley Mordaza o la reforma laboral, entre otras- para llegar a un acuerdo de gobierno. De nada vale, en fin, que sea difícil distinguir su política de la de sus supuestos contrarios: el partido que ocupe el espacio más a la derecha del espectro parlamentario es en España un paria, aun con mayoría absoluta, y acercarse a él mancha y contamina.
¿Una coalición PSOE-Ciudadanos? Necesitaría, al menos, la abstención de un Rajoy que parece incapaz de cambiar de postura y, en cualquier caso, sería una coalición extraordinariamente débil, ferozmente marcada a derecha e izquierda a cada paso.
Cualquier combinación nacerá fatalmente débil, tendrá que aplicar unos recortes por orden de Bruselas que parecerán hachazos frente a todos los que ya se han aplicado y, de atender a los nubarrones que se arremolinan en los mercados financieros, podría coincidir con una nueva recesión económica mundial de dimensiones aún desconocidas: la tormenta política perfecta.
Un gobierno así difícilmente podría cubrir media legislatura, engordando los votos de Podemos con su administración inevitablemente mermada y las torpezas e impresión de inacción que el previsible bloqueo legislativo traería.
Queda el adelanto electoral, pero este sería desastroso para el PSOE, ya por detrás de Podemos en intención de voto. Sobre todo, sería desastroso para Sánchez, un secretario general de márketing, voluble, ambicioso y débil que ha llevado al partido socialista al peor resultado electoral de su historia reciente y para quien el dilema es ocupar la Moncloa caiga quien caiga y ser para siempre jamás ex presidente del Gobierno de España, parte de su historia aunque sea como nota a pie de página, o salir de Ferraz por la puerta de atrás bajo una lluvia metafórica de tomates y huevos podridos.
Por lo demás, unas nuevas elecciones, a tan poco tiempo de las anteriores, hundirían previsiblemente a los partidos que quedan en medio -PSOE y Ciudadanos- y favorecerían los extremos, porque eso del "fin del bipartidismo" está bien como consigna, pero es poco creíble sino como transición a uno nuevo. En cualquier caso, la correlación de fuerzas sería básicamente la misma, solo que con Podemos como segunda fuerza y el PSOE como socio menor. Y si Iglesias es capaz de hablar y actuar como portavoz de 'la gente' -toda ella, se entiende- siendo la tercera fuerza, imagínense después de haber adelantado a los socialistas.
Pero haya o no algo de verdad en la acusación del PSOE de que el programa podemita es un modo indirecto de romper puentes, las palabras de López reflejan un asombroso asombro, y sería un gravísimo error, mayor que el que supuestamente comete Podemos, imaginar que el texto de la oferta es un mero vuelo de fantasía y una provocación.
En favor de la seriedad de la oferta de Iglesias milita el hecho de que ayer se avinieran a reformarla después de que los representantes de la Justicia pusieran el grito en el cielo con respecto a la parte de la prpuesta que se refiere a la coordinación de jueces, fiscales y policías en la lucha contra la corrupción. Así, ya no figuran explícitamente entre sus funciones la "coordinación" de "policías, fiscales, jueces y órganos fiscalizadores de la Administración", sino que la nueva versión se limita a contar entre sus funciones "la especialización y coordinación de aquellos agentes de la Administración implicados en su descubrimiento e investigación", sin especificar. Nada de esto ha tranquilizado al estamento judicial, que siguen viendo demencial la propuesta y un modo directo de politizar la Justicia y finiquitar la división de poderes, algo que han negado enfáticamente desde la formación morada.
Pero todo esto son detalles porque, ¿qué partido ha cumplido jamás su programa? Pablo Iglesias no ha hecho ningún secreto de su estrategia de conquista del poder a cualquier precio. Él ha venido a pegar fuego al sistema, lo ha dejado claro en mil comparecencias y declaraciones en absoluto secretas que corren por las redes sociales, y no se le mueve un músculo cuando tiene que usar la mentira directa para adelantar sus posiciones. Hacerlo está sobradamente justificado si se avanza en el 'gobierno de la gente'; lo inmoral sería no hacerlo. Al fin, todos los políticos mienten, y se han lucido especialmente en la última campaña, con la única diferencia de que los otros se ponen ocasionalmente colorados e intentan excusarse e Iglesias no.
Y esa es, creo, una de las bases del éxito de Pablo Iglesias y de la 'nueva política' por extensión, esa audacia de la que ha hecho su lema.
Haciendo por un momento abstracción de los contenidos ideológicos concretos, Podemos tiene tres claves: ha construido sobre la base de la superioridad moral de la izquierda, común en todo Occidente y pacientemente sembrada de modo especial en nuestros jóvenes por el sistema de enseñanza, los medios de comunicación y el mundo de la cultura; se ha beneficiado de un cansancio generalizado, casi universal, con el blando consenso socialdemócrata que renquea desde la posguerra en Europa y ha irrumpido en una arena política fuertemente feminizada con un estilo y una forma de actuar que exuda testosterona.
De lo primero podría hablarse mucho, pero bastaría decir muy poco, porque es la atmósfera ideológica que respiramos y se refleja incluso en el complejo de una derecha que niega ser tal y prefiere denominarse centro -progresista, siempre progresista- o en la milagrosa absolución concedida tras el derrumbe del bloque soviético al comunismo, la ideología que más matanzas, miseria, opresión y mentiras ha causado en la historia, de forma invariable en todos los casos. Ventaja para Gramsci.
De los otros dos factores se han beneficiado, curiosamente, fuerzas y personajes en la otra punta del espectro político, como el aspirante a la candidatura republicana a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, al punto que establecer un paralelismo entre ambos no es tan disparatado como parecería de primeras.
El consenso socialdemócrata de posguerra, esa alternancia pacífica de dos partidos teóricamente enfrentados en izquierda y derecha pero que han aplicado el mismo keynesianismo difuso e idéntica vaga progresía, solo estaba destinado a durar mientras los votantes mantuviesen algún recuerdo de lo que había antes y las condiciones reales -demográficas, especialmente- no pusieran en serios apuros su principal logro, el Estado del Bienestar. En esas estamos hoy, cuando en todo Occidente prosperan partidos marginales y fuerzas contrarias al globalismo imperante.
El tercer factor es mucho más sutil, pero creo que no menos importante. La feminización de la política ha impuesto un modelo que busca, sobre todo, el consenso, la moderación, el diálogo, la política sentimental y lo políticamente correcto. Podemos representa lo contrario, aunque use como el que más palabras como "diálogo". No hay que fijarse en lo que dicen, porque las palabras son un instrumento más para avanzar la revolución -hay una 'taqqiya' radical-, sino en lo que hacen, y el propio Iglesias ha definido en numerosas ocasiones su movimiento como "una izquierda masculina", que no pide permiso, que combate y que no compromete sus postulados.
A la larga, la pregunta esencial es si Iglesias en el gobierno acabará siendo Tsipras -"mi amigo Alexis"- o Chaves, es decir, si acabará cediendo a las presiones de la realidad y de nuestros socios europeos y aguará por completo su celo revolucionario o si arramplará con el sistema y con Bruselas y llevará la revuelta a sus últimas y pavorosas consecuencias, caiga quien caiga. Las dos opciones, naturalmente, son posibles. Pero yo no apostaría por la primera.
Si un amigo es de verdad, su amistad perdura en el tiempo y con la distancia.