Argentina se aferra a la soja transgénica para salir de l crisis
Argentina se aferra a la soja transgénica para salir de la crisis.
``A TU SALUD´´, suplemento de LA RAZÓN, 29.01.2004, pg.17.
Al país austral le ha vuelto a salvar una cosecha excepcional, en este caso, de soja genéticamente modificada. Gran parte de su reactivación económica se debe al ``boom´´ de las exportaciones de esta legumbre. El precio a pagar es el monocultivo y la destrucción de ecosistemas vírgenes.
PABLO FRANCESCUTTI, Rosario (Argentina).
``Los agricultores están plantando soja hasta debajo de la cama!´´, comentaba a este cronista un empresario de Rosario, el principal puerto argentino de exportación de esa legumbre. No es para menos, en los últimos años su cotización internacional ha alcanzado cotas inéditas, asegurando a los campesinos pingües ganancias, y al país las divisas que sostienen la actual bonanza económica.
La prosperidad agrícola descansa en dos pilares: el empleo de variedades transgénicas y de técnicas de siembra directa. Las primeras, al resistir mejor a las malas hierbas, garantizan mejores rendimientos por hectárea; las segundas, al hacer innecario el laboreo, reducen los costos de producción.
El resultado es un ``boom´´ del cultivo, para alegría de los agricultores y del Gobierno, cuyas arcas se han llenado gracias a los impuestos a las exportaciones, que alcanzaron la cifra récord de 7.200 millones de dólares en 2002.
Todo comenzó en 19996, cuando Argentina autorizó la soja resistente al glifosato, un herbicida capaz de tener a raya a su peor maleza: el sorgo de Alepo. Dicha resistencia permite a los agricultores incrementar las cantidades de glifosato y reducir a mínimos el impacto de malas hierbas. De esta manera los costes de producción se reducen entre un quince y un 20 por ciento respecto de las variedades tradicionales.
En tan corto plazo, el país austral se ha convertido en un modelo para los defensores de las plantas diseñadas por ingeniería genética. En 2003 su campo acogió más de una quinta parte del total de superficies cultivadas con transgénicos en el mundo (13,9 millones de hectáreas, sobre un total de 67,7 millones), la mayor extensión fuera de Estados Unidos.
Las calamidades atribuidas por los ecologistas a estas variedades les traen sin cuidado a los agricultores criollos, hasta hace poco acorralados por la crisis económica. Para ellos se trata simplemente de obstáculos interpuestos por la Unión Europea. El grueso de la producción se exporta a China, un país poseído de un insaciable apetito por este pienso altamente proteínico, sin preocuparle que sea o no de origen transgénico.
A estos vegetales ``de diseño´´ se les achaca favorecer la ``contaminación genética´´, es decir, la difusión incontrolada por el entorno de los genes introducidos en laboratorio. Los ecologistas temen que su material genético se mezcle con el dce las demás plantas y genere ``super malezas´´ difílcilmente erradicables con los medios disponiobles. Sin embargo, en Argentina no se ha informado aún de que ello haya ocurrido.
Otro conflicto ha surgido en torno a los derechos de patente. Legalmente, los agricultores no pueden reservas semilla transgénica de sus cosechas para sembrar, pues deben comprala a las compañías autorizadas. En los primeros años, esto no suponía un gasto elevado, ya que los derechos los tenía una compañía argentina que los vendía a precios asequibles. Hoy, ante su encarecimiento, muchos agricultores optan por plantar con semillas de la cosecha anterior. Tal práctica trae de cabeza a Monsanto www.monsanto.com , la multinacional inventora de la soja transgénica, cuya filial argentina ha amenazado con irse del país si el Gobierno no persigue esa actividad.
El problema concreto, en todo caso, es muy otro, y bastante familiar para los latinoamericanos: el monocultivo. El afán por sembrar soja está arrinconando a los cultivos tradicionales, tales como el trigo y el maíz. Incluso la ganadería está retrocediendo. La búsqueda de nuevas tierras para plantar soja está impujando la frontera agrí