¿Os he contado alguna vez cómo eran los buscadores de subastas antes de la existencia de Alerta Subastas? ¿O, para rizar el rizo, cómo se localizaban las subastas interesantes cuando comencé a dar mis primeros pasos como profesional en el negocio de las subastas judiciales, allá por el otoño de 1991?
Cuando comencé en el negocio de las subastas mi forma de localizar las subastas que me podrían interesar era buscándolas en el B.O.E. y en el B.O.C.M.
Así estuve varios meses y lo cierto es que era terrible. Durante mis vacaciones, cuando finalizaba una campaña en la mar, iba cada semana un par de mañanas a una biblioteca pública y revisaba todos los edictos de subasta, fotocopiando o tomando notas de los que me podrían interesar. Esto lo hacía con un callejero de Madrid, en el que iba comprobando, una a una, la localización postal de los bienes que se subastaban. Gastaba la mañana entera en esas labores y los días siguientes me iba a los juzgados a estudiar los expedientes judiciales. O mejor dicho, a hacer como que los estudiaba, porque lo cierto es que en realidad no tenía ni idea de lo que tenía que buscar en ellos.
Hasta que un día me atreví a preguntarle a uno de los subasteros veteranos qué diantres eran esas hojas amarillas que todos miraban tanto. Así entré en contacto con una empresa llamada «Condensación de Textos», cuyos empleados hacían con los B.O.E. y los B.O.C.M. el mismo trabajo que yo, pero en plan profesional, publicando semanalmente los listados de las subastas próximas.
Pero aún tardé un par de meses en resignarme a pagar las once mil pesetas (casi 70 euros de 1992) que costaba suscribirte a esos listados. A partir de ese momento, mi productividad (y mi calidad de vida) mejoró notablemente. Ahora ya no tenía que leer los edictos de subasta enteros, sino que solo leía un pequeño extracto con los datos esenciales. Esos listados amarillos y el callejero de Madrid eran mis herramientas para seleccionar las subastas que merecía la pena estudiar.
Aún no existía internet, de manera que solo era posible decidir por el Tipo de Subasta (en el Portal de Subastas ahora lo llaman Valor de Subasta) y la localización del bien subastado. De manera que si el bien estaba en Vallecas y salía a un tipo de veinte millones de pesetas, la subasta no merecía la pena; pero si el bien estaba en la calle Serrano y salía a un tipo de veinticinco millones podía ser un chollo. Así se decidía.
Con esto me iba a los juzgados y me tragaba diariamente unos diez o quince expedientes judiciales, eliminando todos aquellos que tuvieran cargas o cualquier tipo de problema. No analizaba las cargas ni los problemas -no tenía tiempo para eso ni tampoco sabía hacerlo-, simplemente, si los había eliminaba la subasta y evitaba tener que ir a visitar el piso subastado.
Hay que recordar que a estas alturas todavía no había visto ni una imagen del edificio en el que se situaba la vivienda subastada. Podría ser que el piso estuviera en un buen barrio pero en un edificio desastroso. Pero hasta que no lo visitara no lo sabría. Por lo tanto, después de estudiar los diez o quince expedientes de cada mañana, me iba a visitar los tres o cuatro pisos que hubieran pasado el filtro de no tener cargas ni problemas de ningún tipo.
Y ese era el trabajo de un subastero en los años noventa.
Además, había que valorar los pisos de nuestro interés. Esto se hacía recogiendo los teléfonos de los carteles de «Se Vende» que hubiera en las cercanías y visitando las inmobiliarias de la zona.
O sea, un esfuerzo del copón.
Un par de años después de aquellos comienzos ya fui capaz pagar a jóvenes estudiantes para que me ayudaran a filtrar las subastas. Aun así, siempre, siempre, siempre, he estudiado yo mismo los expedientes y las viviendas de todas las subastas en las que he participado. Es decir, que aunque otra persona hubiera hecho ese mismo trabajo previamente, si al final decidíamos que la subasta merecía la pena, yo mismo repasaba todo antes de pujar.
Con el cambio de siglo llegaron los primeros callejeros por internet y la posibilidad en algunos casos de ver imágenes de los edificios en los que estaban las viviendas subastadas. Luego llegaron Google Maps y Street View y la productividad se disparó. Por fin era posible decidir qué subastas merecía la pena investigar habiendo visto su localización y el edificio en el que estaba el bien subastado. Y además también sus alrededores.
Finalmente, en 2015 se implementó el Portal de Subastas del B.O.E., que publicitaba las subastas incluyendo en cada una de ellas el Edicto de Subasta y la Certificación de Cargas.
¡Guau, ahora también los subasteros estamos en el siglo XXI!
Y tras el Portal de Subastas del B.O.E. llegó a nuestras vidas Alerta Subastas, la última y mejor herramienta para filtrar la subasta que nos interesa de entre todas las que se señalan cada semana. Alerta Subastas es el buscador de Subastas con el que hubiéramos soñado cualquier inversor inmobiliario de los años noventa.
Y además de ser una herramienta súper útil que nos ayuda a filtrar las subastas que más nos interesan, también es una herramienta a la que se le van encontrando nuevos usos según nos vamos acostumbrando a ella.
Y una novedad importante y muy extraña en nuestros días, su desarrollador está muy abierto a las sugerencias de los usuarios, de manera que si tenéis alguna, aprovechadlo y hacedle las vuestras.
La herramienta tiene un mes de prueba y luego hay que pagar un pequeño precio mensual. Nada del otro mundo, teniendo en cuenta el trabajo que nos ahorra y lo mucho que aporta a nuestro negocio.
Y sí, conozco y he intercambiado correos con su desarrollador, como me gusta hacer con todos los que tienen iniciativas interesantes en el negocio de las subastas. Lo hice en el pasado y tengo intención de seguir haciéndolo. Pero que nadie crea que eso compromete mi objetividad. Alerta Subastas es una gran herramienta que merece sobradamente ser mencionada en un blog tan especializado en las subastas como éste.
Y a continuación, os invito a dar vuestra opinión, si es que la habéis probado.