Ricardo era un promotor inmobiliario de cierto éxito que hacía edificios en Madrid a principios de los años noventa. Tristán era un marino que había hecho su última singladura en junio de 1991. Ahora era un simple subastero novato. Ambos se conocieron en 1992 por una carambola del destino.
Resulta que Ricardo había vendido una promoción de pisos de lujo situada en la calle Arturo Soria de Madrid. Además, se había quedado con uno de esos pisos para hacerlo su vivienda familiar. Y una mañana, el casi imberbe Tristán se presentó en la casa diciendo que era el nuevo propietario.
¿Qué dices, patán, tú dueño de este pisazo?
Como lo oye, señor, aquí puede ver el acta de subasta y el ingreso del precio del remate. Esta casa es mía como que dos y dos son cuatro.
Pero... ¿cómo había podido pasar algo así, que por una simple deuda de dos o tres millones de pesetas se perdiera una vivienda valorada entonces en unos setenta u ochenta millones?
Lo que le había sucedido a Ricardo no fue más que la suma de una sucesión de catastróficas desdichas:
Lo primero, que la constructora a la que había contratado para construir el edificio había despedido a uno de sus trabajadores, el cual se quejó a su sindicato y éste llevó el caso ante los Juzgados de lo Social, que son los encargados de dirimir las disputas laborales. Se presentó la demanda y se ganó por incomparecencia de la empresa demandada.
¿Y por qué no compareció la empresa demandada?
Pues por dos posibles razones: O porque ya no existía, algo muy frecuente en ese sector productivo en el que las empresas aparecen y desaparecen en función de los pufos que hayan dejado en el camino. O bien porque se les había notificado fatal la demanda, algo en lo que los Juzgados de lo Social son especialistas.
El caso es que la empresa constructora fue condenada a indemnizar al trabajador despedido, pero no lo hizo porque ya no existía o porque ni se enteró de dicha sentencia.
La segunda desdicha de Ricardo fue que, según la Ley, cuando subcontratas los servicios de otra empresa te conviertes en responsable de todas sus mierdas. La constructora había despedido a un trabajador subcontratado para construir el edificio de la empresa promotora de Ricardo y, por lo tanto, a todos los efectos era como si le hubiera despedido el propio Ricardo.
Y la tercera desdicha se llama Juzgados de lo Social, los peores de un sistema judicial, el español, que cuenta con los peores juzgados de Occidente. Pues bien, en este pozo oscuro de los juzgados de España, los Juzgados de lo Social destacan por su incompetencia, su desatada negligencia y su incapacidad para hacer nada correctamente.
El Juzgado de lo Social había derivado la responsabilidad en la empresa promotora de Ricardo, le había embargado la propiedad y la había subastado sin notificarle nada.
De ahí el careto que se le quedó cuando se encontró frente a un tipo joven y guapo que exhibía con descaro unos documentos que le convertían en propietario de su morada.
¿Pero tan incompetentes son los juzgados de lo Social?
Que a nadie le extrañe, las cosas todavía se hacen así en muchos de esos desdichados juzgados, de los que yo ahora huyo como de la muerte. No me acercaría a ellos ni aunque regalasen golosinas. De hecho, la inmensa mayoría de las subastas que me adjudiqué allí durante los años noventa acabaron suspendidas por las pésimas notificaciones. El peor caso fue el de un bungalow de Ibiza, adjudicado, inscrito y casi vendido, que justo antes de firmar su venta tuve que devolverle a su anterior propietaria porque la pobrecilla pudo demostrar que, aunque se llamaba igual, en realidad no tenía nada que ver con la deudora demandada.
Pero finalmente, aquella mañana de 1992 la sangre no llegó al río porque Ricardo y Tristán se pudieron entender. Las personas razonables se entienden siempre.
Ricardo entendió que un acuerdo sería mejor que un pleito de inciertos resultados. Nunca se puede saber cómo vas a acabar cuando te pones en manos de un juez. Es mejor gastar algo de dinero en un acuerdo que dormir durante varios años con esa espada de Damocles sobre la cabeza.
Y Tristán también tuvo que entender varias cosas, siendo la más importante que de nada sirve adjudicarte la subasta de tu vida si luego vas a tener tu dinero parado mientras pleiteas para conseguir convertir en realidad esa adjudicación. Pleitear, además, con un resultado más que incierto. Y el coste de oportunidad es demasiado grande, sobre todo en este negocio de las subastas, en el que cada día aparecen nuevas oportunidades de hacer buenos negocios.
Además, Tristán aprendió varias cosas:
1) Que los Juzgados de lo Social son una mierda en lo que a las subastas se refiere.
2) Que participar en subastas en las que no se le haya notificado al deudor puede ser una pérdida de tiempo porque acaban suspendiéndose. Aunque en realidad, en aquellos años eran bastante frecuentes las subastas en las que el dueño se enteraba de que no tenía casa cuando te presentabas ante él con los papeles en la mano. Las notificaciones eran importantes y motivo de suspensión, pero no tanto como ahora.
3) Que las subastas de propiedades valiosas por deudas exiguas no van a ninguna parte, con rarísimas excepciones que hay que saber identificar.
4) Y finalmente, lo mencionado antes, que un mal acuerdo es mejor que un buen pleito. Pero esto último ya lo había aprendido en su primera subasta.
Conclusión, que tras muchas experiencias negativas en los juzgados de lo Social, Tristán ya no investiga sus subastas. Nunca, bajo ninguna circunstancia. La experiencia es la mayor de las escuelas. Llevar más de 28 años invirtiendo en las subastas judiciales es mi mayor activo y el mayor valor añadido que ofrezco en el curso Triunfa Con Las Subastas, en el que los alumnos no solo encuentran la mayor concentración posible de conocimientos sobre este negocio sino que además pueden contar con mi experiencia como subastero que ha participado en algunos miles de subastas y se ha adjudicado varios cientos de ellas.
Jejeje, ya he hablado de mi libro.
¿O a vosotros os ha ido mejor en los Juzgados de lo Social?
NOTA: Actualmente estoy de vacaciones fuera de España y este post se ha publicado automáticamente, motivo por el que es posible que no pueda atender tan rápido como me gustaría los comentarios de los lectores. Pero tarde o temprano lo haré.