Para salir de la crisis, España necesita en primer lugar conseguir un ministerio de economía en lugar de un ministerio que se llame de economía. Y para explicar lo que quiero decir voy a apoyarme en un par de anécdotas que han sucedido en estas fechas.
Para la primera voy a retorcer un poco una norma que me he impuesto y que es la de no exponer demasiados casos de carácter personal, y en todo caso tratar de no usar información que no sea de carácter público. Por lo general no se necesita, pero considero que hoy toca hacer una excepción. Por descontado no voy a usar el genérico de “fuentes de” sino que voy a tener que reconocer que en mi vida personal si tengo algo de relación con el ministerio de economía y en consecuencia tengo cierta visión de la situación de este ente, (aunque externa).
La mayor parte de las relaciones son como las habituales de hoy en día, puramente virtuales sin que nos hayamos visto las caras, pero en noviembre tocó quedada en Madrid y tuve la oportunidad de poner algunas caras a voces y nombres, conocer a personas nuevas y sacar conclusiones.
Vaya por delante que la mayor parte de las conclusiones que he sacado de esa semana son exactamente eso: mi visión del ente; prometo que deliberadamente no trato de mostrar una visión distorsionada, pero a la vez confieso que jamás podré asegurar que sea la verdad absoluta.
Ya desde hace bastante tiempo, hay mucha gente que es consciente de que el caos que se respira fuera del ambiente es mucho mayor en la realidad. Es decir; todos los cambios de criterio, de discursos y de timón (o que unos llaman improvisación y otros reacciones a las circunstancias), son reales y desde luego desde fuera no se observan en toda su magnitud.
Y particularmente creo que hay una razón clara para ello, y no son más que las personas que dirigen este organismo, estas personas que son las que están por debajo de aquellas que siempre salen en el periódico y las que están por encima de lo que se llaman técnicos, (vulgarmente conocidos como funcionarios), que a su vez son los que nutren esta capa intermedia.
No tengo ni la mínima duda de que estas personas tratan de hacer las cosas de la mejor forma posible, pero siempre de acuerdo a unos objetivos, un esquema mental y un sistema de funcionamiento. Quizás quede mejor explicado si se entiende que en función de una realidad y unos conocimientos determinados, proponen las acciones y medidas que estiman convenientes. EL problema es que si la realidad percibida o los conocimientos fallan, nos estamos encontrando en la vida cotidiana con miles de pequeñas decisiones indignas de ser noticia, (pequeñas tonterías), que van construyendo un mundo completamente irreal que al final afecta al diagnóstico.
Al final, lo que nos encontramos, (como en todos lados), son personas que como todos tenemos ciertos límites, prejuicios y por supuesto un punto de vista que está muy condicionado. Y esto genera que podamos clasificar a las personas que están en el mundo de la economía en dos bandos claros. Puede que no nos guste, pero esta es una de las mejores formas de explicarlo. Estos dos bandos no tienen una separación clara, ya que es muy difícil hablar ni de blancos ni de negros cuando hablamos de personas, (el gris es el mayoritario), ni por supuesto tiene sentido hablar de límites. Sin embargo, en ese noviembre, dos personas me han llamado la atención, (y a ninguno lo conocía previamente).
Uno de los técnicos, se presentó como analista del ministerio de economía, y nos soltó el diagnóstico oficial de la crisis; que si las subprime, que degeneraron en toda las historia y que ahora tenemos un problema de competitividad y por supuesto la necesidad de hacer ajustes. Su visión pasaba por ayudar a las empresas en lo máximo posible y este es el enfoque que dominaba todo su pensamiento. En diciembre colgué un post que llamaba “la creación de valor Vs la creación de beneficios”, que ahora debo reconocer que respondía única y exclusivamente a esta charla. Esta persona reconocía que el enfoque más apropiado para el ministerio de economía era un análisis coste beneficio, pero que las polémicas y dificultades a la hora de determinar lo que él llamaba “externalidades”, hacían que lo mejor era tratar de maximizar los beneficios de las empresas, en el convencimiento de que esto luego repercutiría en el bien de la sociedad de forma automática.
En fin, no es que hayamos congeniado muy bien; puede ser porque nuestra visión es muy distinta, o bien pudiendo ser porque ninguno andamos faltos de carácter; pues el caso es que tuvimos ciertas enganchadas. En todo caso, creo que yo tenía cierta ventaja, por razones de formación, (al ser más joven la tengo más reciente y sospecho que además mayor). Esta persona en sus exposiciones cometió errores de bulto en determinados aspectos, creo que determinado porque le quedaban muy lejos los desarrollos aburridos de la carrera que había sustituido por determinadas consignas de consultora que mezclaba con cierta gracia.
Una consecuencia clara de este enfoque, es el tema de las guerras de precios y la competitividad. En un momento dado, dijo que había que apoyar a las empresas para que no entrasen en guerras de precios, bajo una pregunta clara y clave: ¿Quién se beneficia de una guerra de precios?. El mismo se contestó con un absolutamente nadie. Esta es la típica contestación que varía según el enfoque; si el objetivo es maximizar los beneficios de las empresas, la realidad es que tiene toda la razón; pero en este objetivo nos encontramos con que se olvidan de algunos beneficiados de las guerras de precios. En primer lugar, los consumidores (¿no?). Por supuesto, si no observamos a los consumidores, no veremos esto, pero estaremos cometiendo un error. También se beneficiarían las empresas que dependan de que los consumidores tengan renta disponible, ¿no?. Por supuesto, por no hablar de lo que es el sistema de libre mercado y la competencia en el que es básico este proceso.
La otra persona que me gustaría mencionar y que puede representar una forma muy distinta de analizar la realidad, se definía como mucho más seco y mucho más tajante. Esta persona decía que lo suyo era cumplir las leyes, y aplicarlas. Que de vez en cuando entendía que bastantes leyes y procedimientos atentaban contra el sentido común, y que en consecuencia transmitía la necesidad de cambiar estas leyes. A su vez se negaba a “interpretar” ninguna norma, lo cual es muy habitual. La tesis es que en las interpretaciones ad hoc de las normas para los casos particulares, el proceso finaliza con una situación en la que las leyes son un desastre, (no existen presiones para cambiarlas porque se ignoran)
La obsesión de esta persona es la finalidad y había un enfoque muy claro; si se dan ayudas de cualquier tipo a una empresa, (bien ayudas normativas, ayudas financieras, subvenciones o ayudas fiscales), siempre se justifica mediante una razón y un fin y siempre ha de constar en los acuerdos, convenios o normas donde se redactan. (el ejemplo perfecto que son los bancos que se les ayuda con un fin). El incumplimiento del fin, ha de suponer inmediatamente efectos que ha de resarcir el ayudado. Y que si el problema es por terceros, (por ejemplo se da una ayuda a una empresa para lo que sea y al final es el ayuntamiento o quien sea quien bloquea el desarrollo de este proyecto), el mismo se ofrecía a testificar para la empresa en las reclamaciones a quien le hubiese causado un perjuicio.
Por supuesto, estamos hablando de dos formas de entender la función de un ministerio de economía, que por supuesto no son blanco y negro, porque si bien uno estaba a favor de interpretar hasta un punto muy lejano, pero cumplir la ley, (por supuesto en ningún momento ni tan siquiera insinuó que había que quebrantar o traspasar la ley), el otro estaba a favor de apoyar el sistema aunque supusiese penalizar a empresas, (y es importante el “aunque supusiese”, porque lo dejó claro; por supuesto que no tiene nada contra las empresas que son absolutamente necesarias).
Desde lo que conozco, (por supuesto que nadie busque rigor ya que solo encontrará mi visión subjetiva), en el ministerio de economía el personal tiende más hacía este perfil; hay unas normas y hay que cumplirlas y los que tienen que tener sentido común y acierto con las normas han de ser los que las promulgan y no los encargados de aplicarlas que como mucho, (cada vez menos personas) intentan sacar los errores para corregirlos.
Sin embargo, el problema es que a medida que se sube en el escalafón nos encontramos con una laxitud mucho mayor, y por tanto un desinterés por las normas que a veces raya el surrealismo. En parte, y es también mi opinión esto no responde a un plan, ni a una conspiración sino a que aquellas personas que están más dispuestas a buscar interpretaciones flexibles tienen mayores facilidades para subir y desde luego un reconocimiento laboral, profesional e incluso personal mayor. Esto a su vez implica que las posibilidades de ascenso son mayores y por tanto explica esta curiosa distorsión.
¿Qué con cual me siento más identificado?. Pues los que hayan leído algunos post de este blog seguro que entenderán que creo que el punto de vista correcto es el del segundo, con el que me identifiqué plenamente. No quito meritos, (si acaso un nivel algo bajo o desactualizado en los conocimientos) al primer enfoque, pero creo que no es el sitio adecuado, y es importante entender que cada persona tiene que estar en su lugar y además realizar una serie de funciones de acuerdo a unos parámetros. Y lo siento pero no comparto la idea de que los funcionarios (o trabajadores), tienen que ser comerciales. Hay que cumplir la ley, aunque caiga mal. El sistema sólo puede funcionar si todo el mundo hace el trabajo que le toca como tiene que hacerlo. Por supuesto, decir no a una empresa es algo que hace perder muchos enteros al que lo hace que será catalogado de todo. Sin embargo, absolutamente nadie pierde un mínimo de valoración social si se le ocurre decir no a la sociedad, que es a la que en definitiva representa y que es cuando no se aplica o se interpreta una ley determinada con todas y cada una de las consecuencias.
Siempre me ha gustado exponer el caso de un partido de futbol y para el deporte lo mejor es que los delanteros se dediquen a ofrecer espectáculo, los defensas a destruir y el árbitro a ser completamente invisible y ordenar el juego, (en lugar de favorecer lo que sea). Cuando alguien se sale del papel el sistema se derrumba, y cada persona ha de estar en un sitio determinado cumpliendo unas funciones y asumiendo una forma de actuar. Por mucho que la simpatía sea una cosa valorable, (Nadie se queda de una persona simpática), un enterrador no puede estar contando chistes, (en el trabajo se entiende). Es así de sencillo.
Pues la realidad es que cuando he llegado de vacaciones me he encontrado con un mail en el que esta persona que realmente creo que tenía un enfoque que necesitamos, (el segundo, o el que más se acerca a mi visión de cómo debe comportarse una persona con cierta responsabilidad en un ministerio de economía), ha cambiado de puesto, e incluso de país, de tal guisa que ahora mismo está en la embajada de Tegucigalpa. No tengo ni idea de que está haciendo allí, ni porque, (aunque sospecho que ha sido voluntario porque no costaba adivinar que estaba un poco “quemado”), y desde luego la ironía de la marcha a Tegucigalpa, (Sitio típico cuando nombramos algún sitio remoto), es la que me lleva a la ironía de romper mis propias reglas de no hablar demasiado de experiencias laborales personales.
Por supuesto sin buscar pruebas o sin buscar alguna forma de enfocarlas, porque he de confesar que esto ya lo había comentado indirectamente en un post comentando unas declaraciones de Rosell, (el sustitutito de Díaz Ferrán), que evidentemente valoraba un perfil determinado de funcionario.
Espero que se entienda también cierta obsesión que tengo con la competencia, que me ha llevado incluso a poner en marcha la iniciativa de “la lotería de las gasolinas”, que espero que con el tiempo y trabajo de algún resultado. Las razones son claras, la visión predominante es acabar con la competencia (porque beneficia a las empresas), y por ahí mal vamos para conseguir mejorar la competitividad.
¿y la propuesta?. Pues eliminar el ministerio de las empresas y los bancos y crear el ministerio de economía, y por supuesto que gobierno, empresas, bancos, trabajadores, accionistas y bancos centrales, (entre otros), comiencen a actuar de acuerdo a lo que se supone han de hacer. Es algo que ya he hecho en su día y que convendría repescar en el post “¿Quién es quién?, ¿crisis financiera o sistema destrozado?”.