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Ramón y Cajal: El Humanista 
 
   Decía Émile Zola que “toda narración necesita delimitar un marco y elegir un ángulo de observación”. El marco es sobre todo el humanista y el ángulo de observación es en mi caso el de un escritor y economista impresionado por la labor de Santiago Ramón y Cajal (1852-1934),  el más importante científico español de todos los tiempos, extraordinariamente laureado por la comunidad científica internacional preludiando su  Premio Nobel de 1906. Don Santiago es también un polifacético humanista observador crítico de la realidad de su tiempo, un esforzado espartano cultivador de valores humanos y de una voluntad férrea trufada de solidaridad y generosidad que le llevaba a entusiasmarse y perfeccionar con exhaustividad,  sin perjuicio de una comunicación amistosa, calidad y cercana,  cualquier actividad en la que involucraba, desde tirar piedras con honda, pasando por el ajedrez, el dibujo, la fotografía, el culturismo, la novela científica, el género literario autobiográfico, tertulis, charlas de café y muy diversas aficiones y actividades. 
    En este contexto de valores y concretamente de la voluntad, en el Capítulo VIII de “Charlas de café” que agrupa sus pensamientos de tendencia pedagógica y educativa dice Don Santiago: “Si hay algo en nosotros verdaderamente divino, es la voluntad. Por ella afirmamos la personalidad, templamos el carácter, desafiamos la adversidad, corregimos el cerebro y nos superamos diariamente”. 
   Acercarse al Santiago Ramón y Cajal más humano y humanista es observar la gran labor en la formación de su voluntad y valores de su padre Justo Ramón en su niñez y adolescencia en el Alto Aragón (1852-1869), su período de estudiante de Medicina en Zaragoza (1869-1873), de médico militar (1873-1875), doctorado y oposiciones a cátedras (1875-1883), sus cuatro años en Valencia (1884-1887), sus cuatro años en Barcelona (1888-1892).  Es conocer y profundizar en sus “otros yo” como decía Machado, ya que sus aficiones y dedicaciones como el dibujo, la fotografía y la literatura explican y complementan su persona, su personalidad, su humanismo. Don Santiago era también un europeísta convencido y alzando la voz constantemente como defensor a ultranza de la paz, la educación y la ciencia como claves para la regeneración y modernización de España en una onda similar a Joaquín Costa, Benito Pérez Galdós, Miguel de Unamuno y la generación del 98. Es por todo ello también por lo que sabiendo que los hombres pasan, pero las instituciones permanecen  dirigió la Junta de Ampliación de Estudios (JAE) y el Instituto de Investigaciones Biológicas, consiguiendo becas para muchos profesionales que pudieron internacionalizarse, especializarse, visibilizarse internacionalmente  y establecer una gran red de contactos en países europeos. 
   Después de dos décadas gloriosas en Madrid (1892-1914) con su gran auge y esplendor viene el declive y declinar (1914-1934)  de uno de los más grandes sabios de la Historia de la humanidad perturbado por el descenso a los infiernos de valores en los que la Ciencia y la Educación eran claves, azotado inmisericordemente por los vientos y las tempestades de la guerra, que refleja en sus “Recuerdos” como las tertulias en el Café Suizo: “nos sobrecogió de horror y de abominación, borrando las últimas reliquias del optimismo juvenil, la monstruosa guerra europea, que fue… principalmente el fruto amargo del orgullo nacional, el choque inevitable entre oligarquías militares todopoderosas, envanecidas por la soberbia y codiciosas de gloria y dominio”. La Historia se repite y no aprendemos.  

   Luis Ferruz / Escritor y economista / 
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