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Por una de aquellas extrañas asociaciones que nuestro cerebro encadena inconscientemente, la noticia del fallecimiento de Henry Kissinger activó una curiosa secuencia de recuerdos. La primera referencia empezó por la vívida imagen de “el mejor”. El mejor no es otro que mi querido amigo Zhang Qiang. Qiang -pues ese es su nombre y no su apellido-, es un bigardo chino, afincado en Madrid, con quien coincidí en Barcelona cuando ambos estudiábamos márketing internacional. Por caprichos de la fonética china resultó que nombrarle era lo más aproximado a balbucear algo como Xiang, así que, a los pocos días se había quedado en Xi. El pobre Xi siempre presumía que su nombre significaba “el mejor”, “aquel que posee la fuerza” o mil definiciones más, a cuál más épica. Entre bromas, yo le respondía que Jordi era la palabra apropiada para definir al “elegido por los dioses”; nuestro común amigo Paco rizaba el rizo al replicar que, en la antigua lengua castellana, Francisco era la denominación propia de quien posee un miembro viril de dimensiones hiperbólicas. Tras contactar con Xi a través de una red social algo pasada de moda -saludos, Mark!-, rememoramos cómo en aquellos tiempos de juventud nos divertíamos repitiendo estúpidamente ‘Chaina, pues eso era lo primero que Xi espetaba a cualquier desconocido con el que quisiera entablar conversación: “Hi, I’m from [Chaina]”, recalcando con desmesura su evidente procedencia. Nuevo salto mental que me traslada hasta el día en el que elaboré un escenario de inversión cuyo epicentro se situaba en la manida Chaina. Hoy me propongo revisar, actualizar y presentar aquella idea de inversión no para promocionar este tipo de operación sino simplemente para mostrarle -de forma resumida-, cómo estructuro estos movimientos. Es innegable que uno corre el riesgo de equivocarse -incluso de acertar-, pero ello siempre debe de ser en base a una serie de argumentos consolidados que, por lo menos, nos aporten cierta consistencia a la hora de arriesgar nuestro dinero, que es de lo que se trata en este negocio. 
 
A pesar de la privilegiada posición de liderazgo mundial que la República Popular China, esto no siempre ha sido así. Recuerdo que cuando era crío, los juguetes, aparatos eléctricos, incluso relojes llegaban a mis manos, no con la inscripción que ahora inunda el mercado de made in China, sino con made in Japan o, en su defecto, made in USA. Bueno, en realidad tengo más presente el made in Texas que llevaba impreso mi primera computadora de ajedrez cuando uno adquiría estas endemoniadas máquinas en lugar de utilizar un ordenador. En cualquier caso, tomando únicamente esta muestra puedo vaticinar que, a poco que usted naciera desde finales de los sesenta, el milagro chino ha sucedido prácticamente ante nuestros ojos y durante las últimas décadas. Pero, ¿cómo y cuando este país evolucionó hasta el status actual de superpotencia?. 
 
En la década de los setenta del siglo pasado, China era un país en ruinas. La Revolución Cultural de Mao Zedong había dejado un legado de caos y destrucción; la economía estaba estancada, su población -a punto de alcanzar los mil millones de habitantes-, vivía en la pobreza y el país estaba aislado del mundo. En esta situación, Deng Xiaoping alcanzó el liderazgo del Partido Comunista Chino (PCCh) en 1978. Deng era un pragmático que creía que China necesitaba reformar el país para salir de una crisis que condenaba el presente y futuro de la nación. La simple idea de querer transformar el país suponía una peligrosa iniciativa para el establishment pues implicaba dinamitar los cimientos ideológicos al omnipotente control que la nomenclatura china ejercía con implacable puño de hierro. Tal era su inmovilismo que, a lo largo de las décadas, un incuestionable distanciamiento ideológico separaba al politburó chino de su homólogo soviético. Mientras los vientos procedentes de Moscú alentaban pequeños cambios como los defendidos por Leonid Brézhnev en su estrategia de coexistencia pacífica por la que se permitía una apertura económica y cultural con el bloque occidental, Zedong se atrincheraba en una política de revolución permanente en la que se defendían unos incuestionables principios marxistas que debían de ser respetados y protegidos a toda costa. Cada reunión del Congreso Nacional del Partido Comunista de China suponía un bofetón, con la mano abierta, a sus díscolos homólogos del oeste, en defensa del marxismo-leninismo de la China Popular. 
 
El plan del nuevo mandatario supondrá un antes y un después para el destino del país de la flor de loto al combinar la ideología socialista con la libre empresa -socialismo con características chinas-, hoy conocido como la Teoría de Deng Xiaoping. Hay que aclarar que esta aventura nada tuvo que ver con la idea popularizada a través de la expresión “un país, dos sistemas”. Este concepto trata sobre la forma de integración a la China continental de territorios regidos por el sistema capitalista como Hong Kong, Macao y, quién sabe si aplicable a Taiwán en un futuro más o menos cercano. En cualquier caso, el plan Xiaoping aspiraba a transformar un país de economía planificada a un sistema económico híbrido, donde se combinaran elementos capitalistas, siempre bajo el “acogedor” manto del comunismo. 
 
Para lo que nos interesa, el plan se desarrolló en tres etapas. Una primera fase (1978-1992), en la que se descentralizó el poder económico introduciendo el sistema de responsabilidad económica que concedía a las empresas estatales autonomía para tomar sus propias decisiones, incrementando su eficacia y competitividad. Al mismo tiempo resultó esencial la creación de las conocidas cuatro Zonas Económicas Especiales (ZEE), localizadas en las provincias de Guangdong (Shenzhen, Zhuhai y Shantou) y Fuijan (Xiamen). Dichas ciudades se convirtieron en centros de atracción de inversión extranjera, disfrutando de incentivos fiscales y económicos (reducción de impuestos, libertad de movimiento de capitales, flexibilización de regulaciones laborales), todo ello acompañado de una regulación simplificada que reducía costos y burocracia, redundando en la creación de millones de empleos, el desarrollo de la infraestructura y la modernización de la industria. Como muestra del éxito de la experiencia cabe decir que, hoy por hoy, el modelo se ha extendido a otras 21 zonas más. La segunda fase (1992-2001) se centró en la liberalización de la mayor parte de productos y servicios. También se reformó el sistema financiero con la creación de bancos comerciales, el establecimiento del Banco Central de China y la apertura del mercado de capitales facilitando la financiación de las empresas. La última de estas fases supuso la incorporación de China a la economía mundial, uniéndose a la Organización Mundial del Comercio (OMC) y al Tratado de Asociación Transpacífica (TPP), quedando así abiertos los mercados del planeta a los productos chinos. No cerraría este capítulo sin señalar que, tras este proceso de crecimiento, despliegue y expansión de la economía, el gobierno chino se ha dedicado durante los últimos años en implementar una serie de reformas que han afectado a sus multinacionales, incrementando el control estatal vía creación de agencias reguladoras, la imposición de nuevas restricciones a las inversiones extranjeras y el fortalecimiento de la vigilancia sobre las empresas especialmente en sectores estratégicos como la tecnología y defensa. Así se entiende la creación de la Comisión Nacional de Supervisión o la Ley de Seguridad Nacional

Los resultados de este proceso son públicos, notorios e indiscutibles. Entre 1978 y 2012, China creció un promedio anual del 9,5% del PIB y algo menos, alrededor del 9% hasta la fecha. En menos de un cuarto de siglo, el PIB per cápita pasó de 100 a 10.000 dólares. Con datos de hasta el año 2000, la pobreza extrema se redujo de una afectación del 80% de la población a la de apenas un 10%. China es hoy el segundo país más grande del mundo medido en términos de PIB y cuenta con multinacionales que operan a nivel global. La producción industrial representa más del 20% de la producción mundial y es responsable de la cuarta parte del crecimiento del PIB global. El 15% de todas las exportaciones representan a este país y el 20% de la inversión extranjera se concentra dentro de sus fronteras. La ausencia de inflación (0,4% en octubre) permite al PBOC (Banco Popular de China) a seguir realizando una política expansiva, manteniendo los tipos de interés a la baja pero aún en el 3,45%, conservando -y no retirando- liquidez en el sistema. 
 
Antes de que, deslumbrado por el fulgor de estas cifras, decida hacer las maletas dispuesto a emigrar al lejano oriente, hay que acotar -por si fuera necesario-, que China sigue manteniendo un sistema político autoritario. Un país en el que las libertades son reducidas pues, el camino de las reformas siempre ha quedado limitado al sector económico. Y, aunque es cierto que se ha dado algún paso hacia la libre existencia de sus ciudadanos, queda un camino extremadamente largo por recorrer en lo que se refiere a libertades individuales y colectivas desde la libertad de expresión, de reunión, de religión o de movimiento hasta la de libre asociación, huelga o asociación sindical. Sin duda aún existe una diferencia meridiana entre las condiciones laborales del mercado chino respecto a las democracias occidentales.  

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