Comprar y comprar de todo. Eso es lo que hemos estado haciendo durante la última década. Hemos comprado acciones de grandes corporaciones y han sido operaciones rentables. Hemos comprado pequeñas y medianas compañías y han volado. Hemos comprado sociedades consolidadas pero también valores recién incorporados a los índices y, ¡eureka!. Si es que, por comprar, hemos adquirido compañías provenientes incluso de países comunistas, ya saben, un país, dos sistemas. Algunos incluso se la jugaron haciéndose con paquetes de alguna empresa española de titularidad pública que voy a evitar nombrar. Pero, sin duda alguna, lo que ha centrado y concentrado la mayor atención ha sido la evolución de las grandes tecnológicas cuyos activos arrojaron una rentabilidad excepcional. Comprar esperando el rally de Navidad. Comprar por cruce de medias. Comprar por divergencias alcistas. Comprar porque “ha bajado”. Comprar porque sí. Como dice un amigo, cuando el mercado sube con tanta fuerza, puedes comprar hasta el por el color de la corbata de tu jefe.
Eso no ha evitado que hayamos vivido diferentes riesgos y algún cisne negro. Siempre hay de todo eso en los mercados. Desde la crisis del euro, hasta el Brexit; desde la guerra comercial USA vs China, hasta la crisis de la deuda soberana griega, sin olvidar la pandemia de la Covid19. A pesar de todo ello, los principales índices de referencia norteamericanos registraron rentabilidades espectaculares. El Standard and Poor’s 500 se revalorizó un 31% en el 2019, un 18% en el 2020 (pandemia incluida) y un 28% en el 2021. En el mismo periodo, los índices tecnológicos alcanzaron rendimientos del 38%, 47% y 26% respectivamente. Tiempos pasados. Eso me plantea cuestionarme qué tipos de inversores han crecido durante todos estos años. Colegas que han aprendido a arriesgar su capital protegidos por la asistencia de unos bancos centrales que han acudido, raudos y veloces, cada vez que el mercado amenazaba con caerse. No se si compartirán esta opinión, pero siempre que charlo con algún inversor detecto una notable diferencia entre la administración del riesgo que gestionan aquellos que han vivido alguna recesión y quienes, iniciando su carrera más allá del 2008, han operado en los mercados.
Desde hace muchas semanas, mis cavilaciones se centran en un ejercicio imposible. Si sucede la recesión más pronosticada de la historia, ¿en qué mercados deberé posicionarme cuando pase la tormenta?. La respuesta no es tan evidente como parece.
A lo largo de las décadas, la mayor rentabilidad nunca he permanecido anclada a los mismos activos, sectores o mercados. La década de los 60 fue dominada por las Nifty Fifty, un grupo de 50 empresas -de diversa composición-, que se caracterizaban por el crecimiento constante de sus beneficios. En los 70, la imparable ascensión del oro lo distinguió como el activo más rentable. Diez años más tarde, el Nikkei225 llevaba a las corporaciones niponas hasta unos máximos que aún hoy son imposibles de alcanzar. El despegue tecnológico de Estados Unidos en los noventa convirtió en líder absoluto al NASDAQ. Tras el pinchazo puntocom, fue el petróleo quien se impuso hasta que, llegada la última década, el surgimiento de los FAANG brilló con luz propia. Sin olvidar diversas burbujas en el sector inmobiliario, China o el sector biotecnológico.
Ni siquiera la compra de valores que, hasta el pasado año funcionaron de forma espectacular, supondrá ninguna garantía. ¿Será TESLA capaz de convertirse en el verdadero fabricante mundial de automóviles -como así lo cree Ron Baron-, o basará su éxito en las baterías de larga duración?. ¿Podrá dar el salto tecnológico la empresa de Zuckerberg o todo quedará en un fiasco al estilo de Second Life?. ¿Seguirá ALPHABET con su imparable historia de éxito o sucumbirá como antes lo hizo YAHOO!?. ¿Sabrá MICROSOFT evolucionar en IA o la substitución de los ordenadores personales por otros dispositivos?. ¿Sobrevivirán las compañías petrolíferas a la generación de energía limpia a partir de la fusión nuclear en las próximas décadas?. El tiempo nos lo dirá.
No solo la continua alternancia en el ranking de capitalización bursátil, a lo largo de los años, implica una ganancia o pérdida de valor de las compañías. También, la mera existencia de algunas de ellas se verá en entredicho. Cualquiera de los interrogantes planteados -o muchos otros que usted pueda imaginar-, podrían suponer el punto final a lo que ahora consideramos una apuesta segura. Incluso, en el mejor de los casos, la historia bursátil es una continua sucesión de grandes gigantes que nacieron, crecieron, alcanzaron su zénit y desaparecieron hasta ser olvidados por el mercado.