Parece que todo da igual: los escándalos de corrupción, los recortes, el paro rampante, las promesas rotas, el rodillo legislativo de ultraderecha, las declaraciones desafortunadas -cuando no agramaticales-, los modos prepotentes, los insultos a la inteligencia y a las personas, las contradicciones flagrantes entre miembros del Gobierno, los bandazos, los globos sonda, las tensiones internas en el partido… Da la sensación de que no importa lo que haga el Gobierno del PP: sigue encabezando las encuestas de intención de voto. ¿Cómo es posible? ¿Qué tendría que pasar para que el PP se diera un batacazo electoral?
En el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas todos los políticos suspenden y más del 80% de los españoles piensa que la situación política es “mala o muy mala”. No importa. A pesar de que el PP va perdiendo votos poco a poco, a día de hoy, con la que está cayendo, Mariano Rajoy volvería a ganar unas elecciones. Lo haría con el 32,1% de los votos. Sería de nuevo el partido más votado. Existen varias explicaciones que, sumadas, pueden arrojar algo de luz sobre la resistencia del PP. Vamos a revisar seis de ellas:
1. Somos idiotas. La palabra ‘idiota’ etimológicamente hace referencia a aquel individuo que sólo piensa en sí mismo y que sólo se preocupa por lo privado, por lo que le afecta a él, desdeñando lo público. Sin ánimo de insultar y ciñéndonos a la etimología, podemos decir que la mayoría de los españoles tradicionalmente sólo se ha preocupado por lo propio, aunque cada vez en mayor número nos vamos dando cuenta de que lo individual no mejora si no defendemos lo colectivo.
2. Nos hemos creído un cuento. Una segunda explicación proviene del éxito de un relato fácilmente entendible por la gente: ‘La crisis es como una enfermedad. Para curarse hace falta tomar un fármaco desagradable (los recortes). Si hacemos el sacrificio, nos curaremos y volveremos a estar como antes’. En su fuero interno, muchas personas creen este cuento y piensan que el PP es un ‘médico estricto’ que está aplicando la única terapia posible. Una terapia dolorosa y desagradable, pero necesaria. El PSOE es visto sin embargo como un médico cobarde, que realizó exactamente el mismo diagnóstico que el PP pero no se atrevió a aplicar la terapia más agresiva, con lo que la enfermedad y el sufrimiento se prolongarían más años. Es decir, el PSOE abrazó el mismo relato que el PP, se creyó e intentó hacernos creer el mismo cuento. Para el elector la diferencia entre uno y otro es cuestión de grado de intensidad, no de diagnóstico ni de terapia. Por eso el PSOE, con un 26,6% de intención de voto, no remonta en las encuestas. En estos casos, entre el original y la copia, el elector prefiere al original.
3. Hemos sido secuestrados. La tercera explicación se esconde en esta frase: ‘Si hacemos el sacrificio, nos curaremos y volveremos a estar como antes’. Ese ‘como antes’ es el resorte psicológico que explica la motivación electoral de muchos votantes del PP. Los políticos lo llaman de varias maneras: ‘volver a la senda del crecimiento’, ‘recuperación’… siempre expresiones que idealizan el pasado. La gente no quiere oír hablar de que la prosperidad del pasado era falsa, de que sobre el ladrillo no se puede construir un país, de que hace falta un nuevo modelo de desarrollo. El PP jamás reconocerá ante sus electores que nunca vamos a estar ‘como antes’, que esta crisis no es una enfermedad que se supera y punto. Esta crisis es una mutación. La mayoría de los votantes del PP seguramente querrían votar por una vuelta al pasado: a que la casa por la que se entramparon vuelva a valer al menos tanto como valía entonces, al crédito fácil, al consumo desmedido, a la burbuja inmobiliaria, al espejismo de la prosperidad… ‘Vale, todo era falso, pero yo vivía mejor’, dirán. El cuento de la vuelta al pasado ha secuestrado las voluntades de aquéllos que volverán a votar al PP, de alguna manera esos futuros votantes padecen el síndrome de Estocolmo.
4. Somos insensibles. La saturación de noticias negativas y de escándalos de corrupción provoca cada vez menor indignación y mayor hastío, e incluso desidia. Las informaciones, por muy contrastadas y detalladas que sean, cada vez tienen menos efecto (y siempre en una audiencia limitada, garantizada por el rodillo desinformativo de los medios conservadores). Los escándalos se convierten en invisibles por acumulación. En España ha quedado pulverizado el concepto de ‘ciclo de noticias’ y los asesores de comunicación del PP lo saben bien. Volviendo a la metáfora de la enfermedad: no nos importa si el médico es corrupto o inmoral, pero que aplique el tratamiento y que dure lo menos posible.
5. Somos dóciles. Hay, finalmente, otro ingrediente sociológico que tiene que ver con la madurez democrática de buena parte de los españoles, su grado de participación ciudadana y su capacidad crítica. Todo ello está bajo mínimos y, aunque no queramos verlo, no ha cambiado sustancialmente desde el franquismo. Esa herencia de docilidad política es parte de aquello que Franco dejó ‘atado y bien atado’.
6. A esto hay que añadir el individualismo y materialismo fomentados en los ochenta y noventa (un auténtica idiotización de la sociedad). Por último no hay que olvidar las válvulas para aliviar presión permitidas e incluso alentadas desde el poder: el derecho al pataleo, al chascarrillo y a la fiesta (quizá los tres únicos derechos inalienables en España).
Vuelvo a la pregunta que planteaba al principio: ¿Qué tendría que pasar para que el PP se diera un batacazo electoral? La respuesta es simple: tendríamos que dejar de creer en cuentos y, desde luego, tendríamos que dejar de ser idiotas (en sentido etimológico, claro).