Carta al Rey
Querido Rey:
Tan solo soy uno de esos 47 millones de españoles que pueblan este país, que hasta ahora se llama España. Desde hace cinco o seis años venimos recibiendo el azote de una crisis que ya resulta insoportable para los pequeños empresarios y para los ciudadanos de a pié. Dicen nuestros gobernantes que la cosa va bien, que todo va mejorando, que la macroeconomia va superando los problemas del país, que el déficit, la prima de riesgo y bla, bla, bla….cosas y palabrejas más o menos técnicas que la mayoría de los ciudadanos no entendemos.
Tú, que eres un Rey, el Rey de todos los españoles, sabrás mucho mejor que yo que esa mejoría económica del país no es percibida por las clases medias y bajas; ya sabes que la clase media está prácticamente desaparecida y que la clase baja ha descendido a tercera división y ahora compite en lo que se ha dado en llamar el “umbral de la pobreza”. No obstante, reconocerás conmigo que, pese a su miserable situación, son precisamente los que sostienen en pié con sus impuestos la dignidad de este país no solo ante Europa sino ante el mundo.
Precisamente quería hablarte de los pobres. Muchos de ellos los encuentro rebuscando en los contenedores en busca de algo que poder llevarse a la boca; madres que se dedican a vender su cuerpo para poder alimentar a sus hijos; familias que tienen el frigorífico vacío y no tienen ni un cartón de leche para sus niños; hombres de mediana edad que han perdido su trabajo y tienen una ruina en su casa y que a veces incluso se han quedado sin hogar; jóvenes que no pueden permitirse seguir estudiando porque sus padres están en el desempleo; ancianos que han sido desatendidos por el Estado y sufren tal soledad que muchos desean la muerte; pensionistas que se ven obligados a subvenir las necesidades de sus hijos y nietos; familias con todos sus miembros en paro; enfermos que no pueden ser atendidos en la Sanidad Pública; pacientes que no pueden tener acceso a su medicación de toda la vida; empresarios que se han quedado sin su empresa, sin su casa e incluso sin familia y están durmiendo en cartones bajo soportales; ahorradores que han sido esquilmados en sus ahorros creyendo que eran unos clientes preferentes cuando en realidad eran trabajadores que han ahorrado toda la vida; familias desahuciadas de sus viviendas que no tienen donde dormir; niños que tienen que acudir a los comedores escolares si quieren desayunar o comer: jóvenes y mayores, hombres y mujeres que a diario acuden en cola a los comedores sociales de su pueblo o su ciudad; jóvenes preparadísimos que tienen que emigrar a otros países por sueldos de miseria; investigadores de primer nivel desatendidos por los políticos……..
En fin, ¡qué voy a contarte que tú ni siquiera imaginas!; veo tanta calamidad, veo tanta tristeza en los ojos de los ciudadanos, que esta situación de mi país me recuerda los tiempos que siguieron a las tres fatídicas guerras del siglo pasado en que las gentes de toda Europa y también de España pululaban por los campos buscando qué llevarse a la boca e incluso otros se arrojaron a las sierras a robar lo que se ponía a su alcance.
No hagas caso cuando los políticos te digan eso de que “todo va bien”. No creas ni una palabra, pues ellos son precisamente los que nos han llevado a esta situación de miseria sin que estén dispuestos a perder ni uno solo de sus privilegios. Ellos son los que, en absoluta connivencia con el poder económico y empresarial, se han llevado a manos llenas el dinero de esta miserable España; ellos son los que se blindan sus jubilaciones; ellos son los que colocan a sus familiares en grandes empresas y Consejos de Administración; ellos también los que contratan las grandes y pequeñas infraestructuras con la consabida gavela de sus amigotes. Nosotros, esos que andamos normalmente por la calle y cogemos el metro o el autobús, somos los que pagamos religiosamente los impuestos para que ellos, de manera vil y miserable, se los metan en sus bolsillos sin que ningún Tribunal consiga aplicarles la Justicia que se merecen, pues ya se encargan ellos de repartirse los nombramientos para asegurar su impunidad.
Sé muy bien (porque soy hombre de edad y he tenido ocasión de ello) que de muchacho, cuando tan solo eras el Príncipe de España, acostumbrabas a darte tus garbeos en moto; por cierto, varias de ellas preciosas. Con tu casco pasabas totalmente desapercibido por las calles de Madrid poniendo a tus escoltas en evidencia. Comprendo que ya no estás en la edad, pero no te vendría nada mal que volvieras a colocarte el casco en la cabeza y vieras lo que realmente pasa en las calles de tus ciudades y pueblos. Tendrás ocasión de pulsar los verdaderos sentimientos de los españoles; comprobarás la nostalgia que los embarga; verás cómo sufren las madres por dar de comer a sus hijos. Verás toda la miseria que aún no has visto y que, por mucho que tus informadores te la vistan, jamás podrás hacerte una idea.
Los ciudadanos normales, esos que a diario puedes ver por las calles, no queremos grandezas, ni lujos, ni Ferraris como algunos políticos lucen con descaro a base de los innumerables impuestos que los demás pagamos, ni chalets, ni mariscadas, como algunos otros desvergonzados, ni privilegios, ni………Sólo queremos ¡vivir!, pero vivir con dignidad, con Justicia, simplemente con el derecho a trabajar y seguir contribuyendo al crecimiento real y no ficticio de este gran país que esos insignificantes ciudadanos conseguimos construir hace muchos años y que tan solo unos pocos miserables han destruido en cuatro días, privando a las personas decentes no solo de los derechos más elementales sino también de las necesidades más perentorias.
¿Acaso crees que merece la pena que el día menos pensado los ciudadanos lleguemos a eso que se ha dado en llamar el “estallido social”?. Los españoles nos merecemos, si no mucho, por lo menos algo más de lo que ahora tenemos.
No sigas el ejemplo de alguno de tus antepasados sino más bien el de tu hijo. Respecto de tu familia, solo añadir que recuerdes la gesta de Guzmán el Bueno. Y, como le recordaban a los generales romanos tras sus victorias al ser recibidos por César, “no olvides que tan solo eres un hombre”. Un hombre que tiene la enorme responsabilidad de dirigir los destinos de otros 47 millones de hombres.
Respetuosamente, un ciudadano normal y corriente.