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Versos sueltos

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Versos sueltos
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Versos sueltos
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#4025

Re: Versos sueltos

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""El miedo no tiene nunca explicación lógica; lo constituyen 
generalmente un cúmulo de sombras y visiones impalpables, 
que á la luz del sol hacen reír al mismo que han amedrentado 
durante la noche."" 

 

 

Si un amigo es de verdad, su amistad perdura en el tiempo y con la distancia.

#4026

Re: Versos sueltos

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Sobre las riquezas

1. Todos tenemos en nuestro cuerpo la medida de nuestra riqueza, como tenemos en nuestro pie la medida del zapato que nos conviene. Basta atenerse a esta consideración para no salirse jamás del punto justo; pero desdichado de quien la traspasa, pues rodará por una pendiente en que nada será capaz de detenerle. Hasta con el calzado ocurre que aquel que sobrepasa el que le corresponde, pronto de los zapatos dorados pasará a los purpúreos y luego los querrá bordados; no hay final para aquel que rebasa lo que naturalmente le corresponde.

2. No depende de nosotros el ser ricos, pero sí el ser felices. Además, las riquezas no son siempre un bien, porque suelen ser poco duraderas. En cambio, la felicidad que proviene de la sabiduría perdura siempre.

3. La vida que se entrega a las riquezas y transcurre en brazos de la suntuosidad y de la molicie, es como un torrente de agua siempre turbia, espumeante, peligrosa, enfangada, violenta, tumultuosa y pasajera; mientras que la empleada en la virtud es como el manantial de agua eternamente pura, cristalina, sana, fresca e inagotable.

4. Has adquirido muchas cosas soberbias; muchos recipientes de oro y plata, muchas cosas valiosas, y rico te crees. Pero te falta lo mejor: careces de constancia, de sumisión a los divinos mandatos y de la tranquilidad de espíritu necesaria para apartar de ti los temores y sobresaltos. En cuanto a mí, aun siendo muy pobre, soy más rico que tú, pues ni me preocupa el carecer de protector en la corte ni lo que puedan decir de mí al príncipe; en cambio, no tengo que adular a nadie, y esto es para mí mucho más que los bienes de que carezca. Y a ti, ¿de qué te sirven tantos vasos de oro y plata, si todos tus pensamientos, deseos, inclinaciones y actos evidencian el barro de que estás hecho?

5. Es tan difícil para los ricos adquirir la sabiduría como para los sabios adquirir la riqueza.

6. No es la miseria la que verdaderamente nos aflige, sino la avaricia; asimismo, no son las riquezas las que nos preservan de los mil temores que ensombrecen nuestra vida, sino la razón.

7. ¿Estimarás una víbora por el simple hecho de verla en una caja de oro? ¿Dejará acaso de inspirarte menos horror y menos recelo su ponzoña e innata maldad? Haz lo mismo con el malvado, aunque le veas nadando en riquezas.

8. No es hablar razonablemente el decir: soy mejor que tú porque soy más rico; valgo más que tú porque soy más elocuente. Pero en verdad, el que así habla no podrá ufanarse con justicia ni de rico ni de elocuente. Al contrario, si se quiere hablar razonablemente, es preciso decir: soy más rico que tú, porque mis bienes en la actualidad son superiores a los tuyos; mi elocuencia vale más que la tuya porque es mayor mi facilidad de expresión.

9. Son los ricos, los reyes y los tiranos los que dan los personajes a las tragedias; los pobres, en cambio, no aparecen en ellas, o –como mucho– confundidos con los coros y los danzantes. En cambio, suele ocurrir que mientras al principio de las obras los reyes prosperan, son respetados y honrados y en su honor se levantan altares y sus palacios son adornados con guirnaldas, al final se les oye exclamar: ¡Oh, Citerea! ¿Por qué me acogiste tan favorablemente?

10. Cuando alguien tiene fiebre, su sed es muy distinta de la de un hombre sano. Este, en cuanto ha bebido, está satisfecho por haber aplacado su deseo; pero aquel, tras un breve momento de bienestar, padece mareos, le sienta mal lo que ha bebido, tiene vómitos dolorosos y le vuelve la sed aún más abrasadora. Así, otro tanto le ocurre al que posee riquezas, honores o una mujer hermosa con excesivo frenesí. La sed de este desdichado es la sed del calenturiento, de la que nacen los celos, los temores, las malas palabras, los deseos impuros y los actos obscenos. Tú, amigo mío, que eras antes tan comedido y tan pudoroso, ¿qué has hecho de tu pudor y de tu cordura? En lugar de leer a Crisipo y a Cenón, lees tan solo libros detestables; en lugar de admirar a Sócrates y a Diógenes y seguir su ejemplo, no admiras ni imitas sino a aquellos que son maestros en el arte de corromper y engañar a las mujeres. Por parecer hermoso, te emperifollas, adornas, tiñes y retocas cual si ello bastase; y vistes trajes magníficos y te arruinas con esencias y perfumes. ¡Vuelve en ti!; lucha contra ti mismo y gana de nuevo tu pudor, tu libertad y tu dignidad perdida; en una palabra: vuelve a ser hombre. Hubo un tiempo en que si te hubiesen dicho: «Fulano va a pervertir a Epicteto haciéndole incurrir en adulterio, conseguir que caiga en toda clase de lujos superfluos y que se presente en público teñido y perfumado», hubieras volado en mi auxilio, y aun creo que hubieras estrangulado a quien tal hubiese dicho. Pues bien: no se trata ahora de matar, sino de que te concentres en ti mismo, de que te hables a ti mismo. ¿Quién mejor que tú será capaz de persuadirte? Comienza, pues, por condenar tu conducta; pero pronto, antes de que el mal sea inevitable. 

Si un amigo es de verdad, su amistad perdura en el tiempo y con la distancia.

#4027

Re: Versos sueltos

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Sobre el conocimiento de uno mismo

1. Considera, en primer lugar, qué es lo que deseas, y examina luego tu propia naturaleza para ver si posees la fuerza necesaria para llevar a cabo tus deseos. ¿Quieres ser atleta o gladiador? Pues mira tus brazos, palpa tus muslos, observa la robustez y resistencia de tus espaldas, que no todos hemos nacido para conseguir las mismas empresas. ¿Estás seguro de que realizando esta profesión podrás comer como los que la practican, beber como ellos y –como ellos– renunciar a todos los placeres? Es preciso dormir poco, trabajar mucho, abandonar a padres y amigos, ser juguete de un niño, contentarte con llegar el último a la obtención de cargos y honores. Considera bien todo esto, y mira si a este precio puedes comprar la tranquilidad, la libertad y la constancia; de lo contrario, aplícate a cualquier otra cosa y no hagas como los niños; no seas filósofo hoy, sicario mañana, pretor al otro día y, finalmente, privado del príncipe. Considera que todas estas cosas se conjugan muy mal entre sí. Es indispensable que seas un solo hombre, bueno o malo. Es preciso que te apliques a estudiar lo que corresponde a tu naturaleza y disposición y que trabajes por adquirir los bienes interiores o los exteriores; en una palabra, que te manifiestes con el carácter de un filósofo o con el de un hombre vulgar.

2. Uno quiere ser tribuno; otro pide el mando de un cuerpo de ejército; yo no pido ni deseo otra cosa que ser pudoroso y modesto, porque soy libre y amigo de los dioses y les obedezco de todo corazón. Así, es forzoso que prescinda de mi cuerpo, de los bienes, de las dignidades, de la reputación y de cuanto me sea ajeno, porque los dioses quieren que de todo esto haga caso omiso. Si su designio hubiese sido otro, habrían hecho que todas estas cosas hubieran sido para mí bienes reales; pero, puesto que lo han dispuesto como es, obedezco gustoso sus órdenes, seguro de que no me están destinados tales pretendidos bienes.

3. No hay hombre alguno que, de manera natural, no posea cierta noción del bien y del mal, de lo honrado y de lo infame, de lo justo y de lo injusto, de la felicidad y de la desgracia, del cumplimiento de los deberes y de los males de la negligencia. ¿Cómo puede ser entonces que nos equivoquemos tan frecuentemente al juzgar hechos aislados relativos a estas cuestiones? Pues, sencillamente, porque aplicamos mal nuestras nocio- nes comunes y solemos juzgar por juicios mal establecidos; es decir, por prejuicios. Lo bello, lo malo, lo justo, lo injusto, son palabras que todo el mundo emplea indistinta- mente sin haber aprendido el modo de emplearlas con razón y equidad. De ello nacen las disputas, las riñas y hasta las guerras. Yo digo: esto es justo. Otro replica: es injusto. ¿Cómo ponernos de acuerdo? ¿Qué regla seguir para juzgar con certeza? ¿Bastará la opinión para guiarnos? No, puesto que somos dos y sustentamos opiniones opuestas. Por otra parte, ¿cómo puede la opinión ser juez seguro? ¿Acaso los locos no tienen también su opinión? Y, no obstante, es necesario que exista una ley para conocer la verdad, porque no es posible que los dioses hayan dejado a los hombres en completa ignorancia de lo que deben hacer para regirse. Busquemos, pues, esta regla que ha de librarnos de caer en el error y curar la temeridad y la locura de la opinión. Esta regla consiste en aplicar a la especie los caracteres que se conceden al género, a fin de que, conocidos y aceptados estos caracteres por todos los hombres, nos sirvan para enderezar los prejuicios que hayamos formado sobre cada caso concreto; por ejemplo, una vez formada la idea del bien, tratamos de saber si la voluptuosidad es un bien; para ello no hay sino examinarla del modo expuesto; sopesarla en esta balanza. Yo la peso con los caracteres del bien que son mis pesas, y si la encuentro ingrávida, la rechazo porque el bien es una cosa muy sólida y de gran peso.

4. Quizás alguna vez te vuelvas contra la Providencia; vuelve en ti en seguida y verás cómo la justificas. ¿Te parece que el malvado lleva mejor parte que tú? ¿Tal vez, porque sea más rico? Si es así, examina su interior, mira qué vida lleva y verás cuánto te pesaría ser como él es. Esto mismo le decía el otro día a un joven a quien la creciente prosperidad de Filostorgo irritaba: –¿Te acostarías con Sura con tal de verte como él se ve? –¡No lo permitan los dioses! ¡Antes muerto! –Y entonces, ¿por qué te irrita que Filostorgo se cobre lo que vende a Sura? ¿Por qué ha de parecer feliz si lo que posee son cosas que tú aborreces? ¿No te ha favorecido la Providencia más que a él, puesto que te ha dado lo mejor que podía darte? ¿No vale más la sensatez que todas las riquezas del mundo? Anda, no te quejes, que tú eres el que posee lo más precioso.

5. ¡Cuán ciego e injusto eres! En ti está no depender más que de ti mismo, y te esfuerzas en depender de un millar de cosas que te son ajenas y que te alejan de todo verdadero bien. 

Si un amigo es de verdad, su amistad perdura en el tiempo y con la distancia.

#4028

Re: Versos sueltos

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Sobre la resignación
1. No pidas nunca que sucedan las cosas como tú deseas, sino desea que sucedan

como suceden, y prosperarás siempre.

2. Cuando estamos a punto de embarcar pedimos a los dioses vientos favorables con objeto de llegar pronto a destino; y mientras nos son concedidos, no hacemos sino observar consternados el viento reinante. ¡Ay de mí, siempre viento norte! ¿Cómo embarcar con este viento contrario? ¿Cuándo soplará viento sur? Amigo mío, soplará cuando le plazca o, mejor dicho, cuando le plazca al que es su amo y señor. ¿O es que eres dispensador de vientos cual otro Eolo? Acostúmbrate a que no podemos disponer más que de lo que depende de nosotros y hemos de tomar lo demás tal cual llega.

3. Trasca decía que prefería morir hoy a ser desterrado mañana. Oyendo esto, le replicó Rufo: –Si escoges el morir como lo peor, eres un loco; si, como lo mejor, ¿quién te ha dado derecho a escoger?

4. Aquel que se acomoda a lo que fatalmente sucede es sabio y apto para el conocimiento de las cosas divinas.

5. Siempre y en todo momento debemos hacer lo que de nosotros depende, permaneciendo firmes y tranquilos respecto a lo demás. Si me veo obligado a embar- carme, ¿qué debo hacer? Pues lo que está en mi mano y es acorde a mi razón: escoger el barco, el piloto, los marineros, la estación, el día y el viento favorable; he aquí cuanto depende de mí. Luego, si en alta mar sobreviene una tormenta, ya no tengo yo nada que hacer, todo es asunto del piloto. ¿Que la embarcación zozobra? Pues en vez de gemir, llorar o apesadumbrarme, me dispongo a hacer lo que esté en mi poder y facultades para salvarme; sin dejar de pensar que todo lo nacido tiene que morir, según ley general de la que yo no puedo librarme. Porque no soy la eternidad, sino simplemente un hombre, una parte del todo, como una hora es una parte del día. Y así como cada hora llega y pasa, yo, que he venido, debo pasar asimismo. Y si debo pasar, ¿qué más da la manera de hacerlo, ya sea por medio de la fiebre, ya por la acción del agua?

6. Nunca ni por motivo alguno debes decir: “he perdido tal cosa”, sino “la he devuelto”. ¿Ha muerto tu mujer? La has devuelto. ¿Te han desposeído de tu hacienda? Has hecho una simple restitución. ¿Que el que te desposeyó es un malvado? ¡Y a ti qué te importa de qué manos se sirvió el que te dio los bienes para desposeerte luego de ellos! De modo que no te quejes y disfruta de la vida, como el viajero disfruta de la posada que el camino le depara, mientras te permita hacerlo.

7. Si los dioses me abandonan como me han abandonado en la indigencia, en la oscuridad y en el cautiverio, no es porque me tengan odio; ¿qué amo es capaz de aborrecer a su fiel servidor? Tampoco es por descuido, pues los dioses no descuidan ni las cosas al parecer más insignificantes. Lo que quieren es ponerme a prueba para cerciorarse de si tienen en mí a un buen soldado, de si soy un buen ciudadano; es decir, que quieren, este es su fin inmediato, que les sirva de testigo ante los demás hombres.

8. Si quieres ver a un hombre contento con su suerte y que se conforma con que todo suceda como sucede, vuelve los ojos hacia Agripino. Cuando le anunciaron que el Senado estaba reunido para juzgarle, dijo: –Sea en buena hora. Voy a prepararme para tomar el baño, como de costumbre. Apenas salía del baño, recibió noticia de que había sido condenado. –¿A muerte o a destierro?, preguntó. –A destierro. –¿Y han dispuesto que me confisquen los bienes? –No, tus bienes serán respetados. –Partamos, pues, sin dilación. ¡Ea!, a comer a Aricia, que lo mismo se come en Aricia que en Roma.

9. Me han condenado al destierro. Pero ¿es que hay, acaso, más allá del mundo un lugar adonde puedan mandarme? ¿No he de encontrar en cualquier parte adonde vaya un cielo, un sol, una luna y unas estrellas? ¿Han de faltarme ilusiones para continuar viviendo y augurios para saber la voluntad de los dioses?

10. ¿Por qué presumes de estoico? Llámate como tus actos exigen que te llames y no te adornes con un nombre que no te corresponde y que no haces sino deshonrar. Hombres como tú que predican máximas estoicas veo muchos; estoicos, ninguno. A ver quién es capaz de mostrarme a un estoico; es decir, un hombre que se cree siempre feliz, que se siente feliz en la enfermedad, en el peligro, despreciado y aun calumniado. ¿Dónde está siquiera el hombre que empieza a ser estoico, ya que no hay ninguno acabado y perfecto? ¡Ea!, muéstrame, si puedes, a un hombre conforme siempre con la voluntad divina, que jamás se queje de los dioses ni de los hombres, que nunca encuentre que se han frustrado sus deseos, a quien nada lastime, a quien no asalte la envidia, ni la cólera, ni la soberbia; que, con un cuerpo mortal, sostenga un secreto comercio con los dioses y que anhele despojarse de su perecedera vestidura corpórea para unirse con ellos en espíritu.

11. ¿Tienes calentura? Pues si la conllevas como es debido, en ella tienes lo mejor que puedes desear. ¿Que qué es conllevar la calentura como es debido? Pues sufrirla sin quejarse de los dioses ni de los hombres; no alarmarse por lo que pueda sobrevenir; pensar que todo irá bien y que si la muerte misma llega, aguardarla valerosamente como lo mejor; no alegrarte sobremanera si, por el contrario, el médico te asegura que vas mejor, ni afligirte si te afirma lo contrario. Porque ¿qué es estar peor? Simplemente acercarse al término en que el alma se separa del cuerpo. ¿Y, sincera- mente, crees y llamas un mal a esta separación? Además, si no es hoy, ¿dejará de acaecer mañana? ¿O es que piensas que se va a acabar el mundo con tu muerte? Vive, pues, tranquilo y sosegado lo mismo en la calentura que disfrutando de cabal salud. 

Si un amigo es de verdad, su amistad perdura en el tiempo y con la distancia.

#4029

Re: Versos sueltos

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Sobre la opinión engañosa de las cosas

1. Lo que perturba a los hombres no son precisamente las cosas, sino la opinión que de ellas se forman. Por ejemplo: la muerte en modo alguno es un mal; no obstante, opinamos todo lo contrario, y esto sí que es un verdadero mal. Así pues, cuando nos sintamos torturados, meditabundos o tristes, no acusemos de ello a nadie, sino a nosotros mismos, es decir, a nuestras propias opiniones.

2. Sé de un hombre que, descontento de su suerte, corrió a arrojarse a los pies de Epafrodito y le gimió que era el más desgraciado de los hombres, que estaba completa- mente arruinado y que ya no le quedaban medios de subsistencia, puesto que todo su capital se reducía a cincuenta mil escudos. ¿Y sabéis lo que contestó Epafrodito? ¿Imagináis que se burló de él? Nada de eso; antes al contrario, le contestó con la mayor seriedad y convencimiento del mundo: «Pero, desdichado, ¿cómo no me has hablado antes de esta terrible miseria? ¿Y cómo has tenido el inmenso valor de sobrellevarla sin morirte?».

3. ¡Cómo no hemos de estar llenos de falsos prejuicios si no nos enseñan otra cosa desde nuestra infancia! La nodriza, apenas empezamos a caminar, si tropezamos con una piedra y rompemos en llanto, lejos de reñirnos riñe a la piedra y hace como que la pega. ¡Por todos los dioses! ¿Habrá algo más insensato? ¿Qué mal ha hecho la pobre piedra? ¿Es que tenía que prever que íbamos a tropezar con ella y debió cambiar de sitio? Cuando somos mayores, si al volver del baño no encontramos dispuesta la cena, nos enfurecemos y armamos un escándalo atroz; y nuestros superiores, lejos de reprimir nuestro insensato furor, se echan a gritar por su lado y, si a mano viene, paga el cocinero. Yo diría a estos superiores que, teniendo el deber de educar, pervierten: ¿por qué sois tan celosos con el cocinero y tan descuidados con el joven? En fin, cuando adultos ya ocupamos algún cargo en la sociedad, tenemos siempre ante los ojos idénti- cos ejemplos. Por ello vivimos y morimos siendo siempre niños. Pero ¿qué es ser niños? Muy fácil: así como hablando de las letras o de la música se llama niño al que no las sabe o las sabe mal, así en la vida es eternamente niño quien no sabe vivir o vive con opiniones falsas e insanas.

4. Cuando estoy embarcado y no veo más que mar y cielo, la vasta extensión del mar que me rodea me sobrecoge. Diríase que, caso de naufragar, hubiese de morir de no tragar toda aquella inmensidad de agua, ¡cuando bastan un par de azumbres de agua para ahogarme! Del mismo modo, durante un terremoto, me imagino que la ciudad entera va a caérseme encima, como si no bastase una sola teja para romperme la cabeza. Y es que somos unos infelices esclavos de la imaginación mal dirigida.

5. «¡Ay de mí! ¡Cuándo volveré a ver Atenas!». Pero, amigo mío, ¿puedes ver acaso algo más hermoso que el cielo, el sol, la luna, las estrellas y el mar? Y si tanto te aflige haber perdido de vista Atenas, ¿qué harías si perdieras de vista al astro del día?

6. La regla y medida de nuestros actos son nuestras opiniones. ¿De dónde nació la Astrea, de Eurípides? De la opinión. ¿Y su Medea y su Hipólito? De la opinión. ¿Y el Edipo, de Sófocles? De la opinión igualmente.

7. ¿Que fue una gran desgracia para Paris el que los griegos entrasen en Troya, la pasasen a sangre y fuego, exterminaran a la familia de Príamo y se llevaran cautivas a todas las mujeres? Te equivocas, amigo mío. La gran desgracia de Paris fue el haber perdido el pudor, la fidelidad, la modestia y el respeto a la sagrada hospitalidad, que violó inicuamente. Asimismo, la desgracia de Aquiles no consistió en que mataran a su amigo Patroclo, sino en haberse encolerizado y suspirado por Briseida, olvidando que no había ido a la guerra a tener concubinas, sino para devolver una mujer a su marido.

8. ¿Has visto alguna vez una de esas ferias a las que acuden gentes de todas las comarcas vecinas? De ellas, unos van a comprar, otros a vender, unos por mera curiosidad, deseosos de ver la feria y enterarse de por qué se celebra y quién la estableció; otros por conveniencia; pues bien: otro tanto acontece en el mundo. En esta gran feria, unos se desviven por comprar, otros por vender; pocos, muy pocos, se contentan con admirar este sublime espectáculo para darse cuenta de lo que es, quién lo ha hecho, por qué lo ha hecho y cómo lo dirige –porque no es posible que no lo haya hecho alguien y que por alguien no esté regido–. Una ciudad, una casa, no existirían si no hubiese quien, rigiéndolas verdaderamente, se cuidase de ellas. Y si esto es con una simple casa, ¿cómo podría existir y perdurar tan vasta máquina como la del universo por pura casualidad? Esto es imposible. Hay, pues, alguien que la hizo y alguien que la mantiene y dirige. ¿Quién es y cómo la dirige? Y nosotros, también obra suya, ¿qué somos y por qué somos?... Muy contados son los que se hacen semejantes reflexiones y que, después de haber admirado la obra y bendecido al obrero, se sienten satisfechos y contentos. Y estos pocos, ¡mentira parece!, suelen provocar la risa de los demás, de la misma manera que en feria los mercaderes se mofan y hasta se irritan contra los simples curiosos y los tachan de necios y badulaques. Claro que también los bueyes y los puercos, si pudiesen hablar, se mofarían seguramente de todos aquellos que piensan y se ocupan en otras cosas que en sus codiciados pastos.

9. Hallándote de paso en esta ciudad, y mientras se apresta el bajel que ha de llevarte a otras tierras, te dices: «Vamos a ver a ese Epicteto y oigamos qué dice». Y, en efecto, vienes, me ves..., y esto es todo. Pero entendámonos, ¿qué es conversar con un hombre? ¿No es preguntarle cuáles son sus opiniones y exponerle las propias? ¿No es dejarse arrancar las ideas falsas y librar al contrario, asimismo, del error, si está en él? Pues bien: si esto es hablar con un filósofo, he aquí que tú, después de visitarme, descontento del trabajo que ello te ha dado, te marchas murmurando: «¡Valiente cosa este Epicteto! ¡Buen chasco me he llevado! ¡Si apenas sabe hablar! ¡Vaya un lenguaje tosco y vulgar el suyo!». Pero ¿es que se trataba de oírme brillantes y vacíos discursos? Así son los hombres; solo se dejan seducir por los amenos y altisonantes parlanchines, y, engañados, pasan la vida unos juntos a otros sin conocerse, sin examinarse a fondo y sin mejorarse. Pasar el tiempo y curiosear: ¡he aquí toda la preocupación de nuestra sociedad!

10. Dices que si Sócrates, en vez de negarse a huir de la prisión, se hubiese puesto a salvo, aún hubiera sido útil a los hombres. Pues bien: no, amigo mío. Lo que Sócrates dijo e hizo negándose a ponerse a salvo y muriendo por la justicia, nos es mucho más útil que cuanto hubiera podido decir y hacer si se hubiese escapado.

11. Epicuro enseña que, por ley natural, no existe sociedad alguna entre los hombres; que los dioses no se preocupan para nada de las cosas humanas; que no hay otro bien que la voluptuosidad. Pero, insensato, ¿valía la pena pasar tantas noches en vela para escribir después libros cuajados de semejantes preceptos? ¿No hubiera sido mejor, siguiendo estas mismas teorías, permanecer bien calentito en la cama y arrastrar la existencia de un gusano, toda vez que ella es la única capaz de que los que tal piensan se consideran dignos? Según él, la piedad y la santidad son puras invenciones de hombres arrogantes y sofistas; la justicia no es más que debilidad; el pudor, locura; no hay, en cuanto a las obligaciones, ni padres, ni hijos, ni hermanos, ni ciudadanos. ¡Oh, atrevimiento insensato! ¡Oh, audacia! ¡Oh, impostura inaudita! Orestes, agitado por las negras furias, no es poseído de demencia semejante a la tuya.

12. Así como no está en manos del hombre admitir lo que le parece falso ni desechar lo verdadero, tampoco puede rechazar lo que cree bueno. El epicúreo que dice que «el robar no es un mal, sino que el mal consiste en ser sorprendido robando», robará, de fijo, si está seguro de que puede efectuarlo sin ser advertido.

13. Cuando vas al anfiteatro, inmediatamente tomas partido por tal actor o tal atleta, pues crees que a él se le debe adjudicar el premio. Los demás, en cambio, juzgan que es otro quien alcanzará la victoria. Esta contradicción te irrita, pues como eres pretor crees que nadie debe contradecirte. Pero ¿es que acaso los demás carecen de opinión y de voluntad? ¿No tienen también derecho a incomodarse al ver que tú te opones a lo que ellos piensan? Si quieres estar tranquilo y que nadie te contradiga, no desees que resulte premiado otro que aquel a quien se conceda el premio. O bien, si te obstinas en que sea premiado tu favorito, haz representar en tu casa, para ti solo, y entonces, sin temor a que nadie te replique, podrás proclamar en voz alta: «El vencedor en toda clase de juegos es Fulano». Ahora bien: en público no te arrogues lo que no te pertenece y respeta la libertad de las opiniones de los demás.

14. La desgracia de los hombres proviene siempre de que colocan mal su precaución y su confianza; se parecen al ciervo, que para evitar al ave que amenaza dejarse caer sobre él, se precipita en las redes que le tendió el cazador, en las cuales perece.

15. Dices que la precaución y la confianza son incompatibles, y estás en un error. Lo que ocurre es que de ti depende hermanarlas. Y para ello no tienes sino que aplicar la precaución a las cosas que dependen de ti y la confianza a aquellas otras que de ti no dependen; de este modo serás a un tiempo confiado y precavido, pues evitando por la prudencia los verdaderos males, harás cara valerosamente a los falsos de los que creas verte amenazado.

16. Se equivocan los que creen que soy enemigo de la elocuencia y que condeno el arte de bien decir y de escribir elegantemente. No; lo que condeno es que se consideren estas cosas como lo principal. Esto tampoco: hay algo mucho más importante.

17. Un hombre que deseaba entrar en la cofradía de los sacerdotes de Augusto, en Nicópolis, se me acercó a saber mi opinión sobre su propósito. –¿Qué interés tienes en ello? –le pregunté–. Desde luego me parece un dispendio inútil el que tendrás que hacer para conseguirlo. –¡Ah! Es que mi nombre, al quedar inscrito en los registros, vivirá por siempre. –Si no es más que esto lo que pretendes, escríbelo en una piedra y durará mucho más. Porque si lo piensas bien, ¿quién se acordará de ti, por inscrito que quedes, fuera de los muros de Nicópolis? –Es que, además, ceñiré una corona de oro. –Si tu ambición se cifra en ceñir corona, ¿por qué, en vez de oro, no te la ciñes de rosas? Te pesará menos y te sentará mejor.

18. Dicen que la senda de la filosofía es larga y penosa. Profundo error; no es ni penosa ni larga; porque, ¿sabes lo que se aprende recorriéndola? Pues a obedecer a los dioses, a refrenar los deseos y a hacer buen uso de las propias opiniones. Ahora bien: si quieres saber con precisión y detalle qué es esto de los dioses, de los deseos y de las opiniones, entonces sí que te diré que se trata de cosa larga. Pero ¿acaso los filósofos que te predican la voluptuosidad siguen una senda más corta? ¿No dice Epicuro que el bien del hombre está en su cuerpo? Pues dime lo que es cuerpo, lo que es alma, lo que constituye nuestra esencia, y verás que es tarea no menos larga.

19. Cierto hombre poderoso, gobernador en la actualidad, habiendo vuelto a Roma tras un largo destierro, vino a encontrarme. Una vez a mi lado hízome una pintura espeluznante de la vida cortesana; aseguró que estaba asqueado de ella, que por nada del mundo volvería a mezclarse en ella y que lo poco que le quedaba de vida estaba decidido a consagrarlo al reposo, lejos del tumulto y del peso de los negocios. Yo le repliqué que no haría nada de cuanto decía, que apenas pisara Roma olvidaría por completo tan sanos propósitos y que no bien se le presentase ocasión de acercarse al soberano la aprovecharía jubiloso. ¿Y qué sucedió? Que estando a poca distancia de Roma recibió un mensaje del césar, y tener noticia de él y olvidarse de su promesa fue todo uno, y ahora está más metido que nunca en la corte, según le predije. «Pero ¿qué querías que hiciera? –me objetó un tercero–. ¿Hubieras preferido que pasase el resto de sus días sumido en la inacción y en la pereza?». «¡Cómo! –repliqué–. ¿Piensas, quizá, que un filósofo, un hombre que se dedica a cuidar de sí mismo, es más perezoso que un cortesano? No lo creas; al contrario, hay ocupaciones mucho más serias e importantes que las de estos».

20. Perdido estás si consideras una felicidad vivir en Roma o en Atenas. Y estás perdido porque o te sentirás desdichado si no puedes volver a ellas o, si te es dado volver, la propia alegría que experimentarás te será funesta. Guárdate, pues, de desha- certe en alabanzas sobre la hermosura de ambas ciudades y considera, en cambio, que la felicidad es mucho más hermosa. ¡Hay en Roma tantos quebraderos de cabeza y hay que adular, para vivir en ella, a tanta gente! En cambio, ¿cómo no te alegra poder cambiar por la verdadera felicidad tanta miseria?

21. Piensas: «Si abandono mis negocios, pronto arruinado, no tendré con qué vivir». Piensas también: «Si no reprendo a mi criado, pronto no podré soportarle». Pues bien: yo te digo que si deseas progresar en el camino de la filosofía has de olvidar tales razonamientos, pues cosa indudable es que es preferible morir de hambre, pero libre de temores y zozobras, que vivir en la abundancia cargado de inquietudes y pesares. Igualmente, es preferible tener un criado insoportable que vivir pendiente del látigo y lleno de inquietudes. ¿Que derrama el aceite o tira el vino? Di sencillamente: este es el precio que pago por la tranquilidad y por la libertad; nada se obtiene de balde. También debes hacerte a la idea de que no siempre que llames a tu criado ha de oírte; o que muy bien pudiera oírte y no acudir o acudir y hacer todo lo contrario de lo que le mandes, si hace algo. Claro que ya oigo que dices que tanta paciencia le estropeará pronto y de tal modo que, en breve, no habrá medio de hacer carrera de él. A esto yo te replicaré que habrás ganado más que perdido, pues habrás conseguido librarte de zozobras e inquietudes.

22. A mí también me gustaría, como a ti, ser coronado en los juegos olímpicos, ya que ello constituye una gloria. Pero antes de intentar conseguirlo, examina lo que precede a tamaña empresa y lo que la sigue. Desde luego, para estar en disposición de intentarla es preciso someterse a un régimen severísimo: no comer lo que de otro modo comeríamos, abstenerse de casi todo lo que incita nuestro paladar, hacer ejercicios a determinadas horas, haga frío o calor; no beber nada fresco, sea agua o vino; lo que se beba, hacerlo en pequeñas dosis y a sorbitos; en una palabra: es preciso entregarse enteramente en manos del maestro de gimnasia, como nos entregamos, estando enfermos, en las del médico. Y ya estás dispuesto; ya estás en el circo; ¿qué te espera en él? Combatir; recibir, probablemente, heridas; dislocarte algún miembro; tragar mucho polvo y más de una vez ser azotado. Conque medita sobre todo esto, y si aún te obstinas en ser atleta, corre a serlo. Ahora bien: no olvides que si no haces cuanto acabo de decirte, lo único que conseguirás es tontear como los niños, que ora imitan a los gladiadores, ora a los luchadores, ora tocan la trompeta, ora representan tragedias. Pues bien: otro tanto te ocurrirá a ti tan pronto seas atleta como gladiador o reciario; además de esto, querrás ser filósofo y, en definitiva, acabarás por no ser nada. A semejanza de los monos, imitarás todo lo que veas hacer, y una cosa tras otra, todo te seducirá por no haber meditado sobre lo que pretendes hacer y haberte lanzado temerariamente, sin circunspección y guiado sólo por tu capricho. Y es que ocurre que muchos, viendo a un filósofo u oyendo que Eúfrates habla de un modo admirable e inigualado, ya quieren ser filósofos también, sin pararse a considerar más.

23. Decir simple y rotundamente que la salud es un bien y la enfermedad un mal, es falso. Lo que es un bien es usar bien de la salud, como un mal es usar mal. Como es un bien usar bien de la enfermedad, y un mal usar mal de ella. El bien puede encontrarse en todo, aun en la misma muerte. Meneceo, hijo de Creón, ¿no sacó de ella un gran bien cuando se sacrificó por la patria? Indudablemente, pues puso de manifiesto su piedad, su magnanimidad, su fidelidad y su valor. De haber tenido apego a la vida hubiese perdido todos estos bienes y hubiera demostrado poseer los vicios opuestos: ingratitud, pusilanimidad, infidelidad y cobardía. Desterrad, pues, toda clase de prejuicios y, si queréis ser libres, abrid los ojos a la verdad.

24. Dejas de estar atento y confías en que volverás a estarlo cuando te acomode. Te engañas. Una ligera falta descuidada hoy te precipitará mañana en otra mayor, y ese descuido repetido llegará a constituir un hábito que te será imposible corregir.

25. Porque has recibido noticias de Roma estás todo triste y dolorido. ¿Cómo es posible que lo que ocurre a doscientas leguas de aquí pueda afligirte? Dime, yo te lo suplico: ¿qué mal puede ocurrirte allí donde no estás?

26. Tu hijo y tu amigo han partido; se han marchado y lloras su ausencia. ¿Ignorabas, acaso, que el hombre es un simple viajero? Sufre, pues, la pena a tu ignorancia. ¿Cómo podías creer que habías de poseer indefinidamente a los seres que te son gratos y gozar siempre de los lugares y de las relaciones que te son queridas? ¿Quién te había prometido semejante cosa?

27. Que jamás te inquiete este pensamiento: «Siempre seré menospreciado; no seré nunca nada», porque si el ser menospreciado es un mal, tú, ni nadie, puede caer en el mal por voluntad de otro, como tampoco se puede caer en el vicio. Y puesto que no depende de ti el ocupar elevados destinos, como no depende el ser convidado a un festín, ¿cómo es posible que esto sea para ti motivo de deshonor o menosprecio? ¿Cómo es posible que no seas nunca nada, tú, que no debes ser algo más que en lo que de ti dependa y en lo cual puedes llegar, si quieres, a ser mucho? Pero te lamentas de que no podrás ser provechoso a tus amigos, y yo te digo: ¿Qué quieres decir con esto? ¿Que no podrás darles dinero ni nombrarles ciudadanos romanos? ¿Y quién te ha dicho que estas cosas son las que dependen de nosotros y no de otros? Luego ¿quién puede dar lo que no posee? «Recoge tú –suele decirse– para que también nos llegue a nosotros». Si es que puedo amontonar bienes sin perder el pudor, la modestia, la fidelidad y la magnani- midad, indicadme, desde luego, el camino que conduce a la riqueza para que sea rico. Mas si tratáis de que pierda los verdaderos bienes para adquirir los falsos, seríais conmigo injustos y desconsiderados. ¿Qué preferís vosotros: dinero o un amigo fiel? ¡Ea!, ayudadme a adquirir todas las virtudes enumeradas y no exijáis de mí nada que me empuje a perderlas. Pero objetarás aún: «¡Mi patria no podrá esperar de mí ningún servicio!». ¿De qué servicios hablas? ¿Quieres decir que no te deberá ni pórticos ni baños? Tampoco le deberá zapatos al herrero ni armas al zapatero. Lo que importa es que cada cual cumpla con su obligación y haga lo suyo. Si dieses, pues, a tu patria un ciudadano sabio, modesto y fiel, ¿no le habrías prestado un buen servicio? Claro está que sí, y uno muy señalado; luego ya no le serías inútil. «¿Y qué sitio ocuparía en la ciudad?». El que pudieras, conservándote fiel y modesto. Pues si por quererla servir pierdes estas virtudes, ¿qué provecho sacaría de ti, una vez convertido en un hombre pérfido y desleal? 

Si un amigo es de verdad, su amistad perdura en el tiempo y con la distancia.

#4030

Re: Versos sueltos

Quien conoce la palabra respeto, sabe que el sentido del humor tiene sus límites.

Quien ha sufrido durante su vida algo que le ha marcado para siempre, no olvida nunca el respeto hacia los demás.

Reírse de uno mismo es saludable. Reírse de los demás, una bajeza que solo define al autor de la burla.

 

Ni son míos los escritos de la escuela estoica, tan vieja no soy, pero su lectura conduce a una conclusión, que ya escuché hace tiempo:

 

No se puede vivir sin Filosofía, porque no se puede vivir sin reflexión. Sufrimos más por lo que imaginamos que ha podido suceder que por la propia realidad de lo acontecido.

 

Un saludo cordial

 

¡Sed muy felices!

 

Si un amigo es de verdad, su amistad perdura en el tiempo y con la distancia.

#4031

Re: Perfil del inversor. Nivel de riesgo.

Pues uno es gallego y no lo sacas de su sitio.

 

Una cosa es el juego y otra es el riesgo. Riesgo tiene cualquier cosa, como bien dices... al cruzar la calle se te puede caer un avión encima, por un aeropuerto te puede atropellar la especie esa de guagua que utilizan para transportar las maletas... En fin, todo tiene sus cosillas.

 

Ahora bien, la INVERSIÓN en bolsa no tiene nada que ver con un juego. En el juego no puedes poner las posibilidades a tu favor de ninguna de las maneras, dependes de eso que llaman AZAR y, unas veces viene de cara y otras te enseña la parte de la espalda que es menos  noble (según dicen).

 

Por eso, cuando compras en bolsa, si lo haces con conocimiento y apoyado en la experiencia, no tienes el mismo porcentaje de posibilidades entre ganar y perder, sino que la posibilidad de ganar gana abrumadoramente a la posibilidad de pérdida. Aunque, en ocasiones, la pérdida de materialice por según qué circunstancias (no seguir el método, dejar escapar algún detalle, simple movimiento de mercado...).

 

Jugando al cupón, a la primitiva, la bonoloto o al parchís (en este último sí podría influir la experiencia), tus posibilidades de ganar no solo son ínfimas, sino que, aunque lleves jugando desde crío o aunque seas un ludópata empedernido, no varías un ápice las posibilidades esas ínfimas de ganar con las que partías de inicio.

 

Abrazo a compartir repartiendo.

 

Suerte a todos.

no desaparece lo que muere, desaparece lo que se olvida

#4032

Re: Versos sueltos

El libro, vamos a poner que es "un accidente" provocado por algo que ya sabes y que ya he puesto por aquí. Una especie de esperanza en eso que todo humano sueña: un amodo de inmortalidad. Algo que quedará de uno cuando uno no sea ya carne mortal. De hecho, algo que quedará ahí cuando ya no haya carne. Una especie de legado.

 

Tan es así que, si la hechicera de la tribu no me hubiese dado el diagnóstico que me dió, el libro no existiría, ni hubiese existido nunca.

 

A partir de ahí, los que son amigos, ya conocen de su existencia. Algunos lo han leido mucho antes que muchos otros (ya me he ocupado de eso), antes de que fuera de dominio público la existencia física del libro.

 

Ha sido, en fin, producto de una circunstancia vital (nunca más ajustado a la cosa) con la que no contaba. En cuanto al futuro, veremos lo que depara, nunca se sabe, de ahí que esto de la vida tenga su gracia, si se supiera lo que viene, sería bastante más aburrida, caramba.

 

Eso sí, lo que sea, habrá que llevarlo lo mejor que se pueda y disfrutar los días como si fueran el último.

 

Abrazo a repartir con el señor de barba.

 

Suerte a todos.

no desaparece lo que muere, desaparece lo que se olvida