Si te detienes a reflexionar sobre tu relación con el dinero, a priori pensarás que tus acciones responden a motivos puramente racionales. La realidad es que esto no sucede así. También intervienen las emociones, el contexto y las experiencias previas. Para estudiar la manera en la que gestionamos nuestro patrimonio, nacen las finanzas conductuales. Esta disciplina examina los mecanismos, a veces irracionales, que dirigen nuestras decisiones de inversión.
Uno de los motivos por los que no tomamos nuestras decisiones de forma racional son los sesgos, ¿pero qué es un sesgo? Cada día recibes toneladas de información, y tienes que resolver problemas constantemente. No tenemos capacidad para analizar cada pequeña situación de forma detallada, así que recurrimos a respuestas automáticas. Eso son los sesgos, atajos irracionales que nos ayudan a agilizar la toma de decisiones.
Muchas veces son una herramienta útil que nos permite sobrevivir. No en vano, permanecen a lo largo de generaciones porque son ventajosos en términos evolutivos. Ahora bien, en otras ocasiones nos conducen a error, y esto también se aplica a cómo gestionas tu dinero. Hay algunos sesgos que pueden traicionarte a la hora de invertir.
Sesgo de manada
Vas caminando por la calle y de repente, todo el mundo comienza a correr en una dirección. En ese momento no tienes más información. No sabes qué ha pasado. Tienes tres opciones: salir corriendo en la misma dirección, mantenerte donde estás o avanzar en dirección contraria. Lo más probable es que corras en la misma dirección que el resto, ¿pero por qué? Porque es útil para huir de un peligro. En campo abierto, si hubiese algún depredador y esperases a confirmar que estás en peligro, seguramente acabases devorado porque no eres tan rápido como un león, por ejemplo.
En cambio, puede ser contraproducente a la hora de invertir, ya que te estarás perdiendo oportunidades. Lo que conviene al resto no tiene porqué coincidir con lo más ventajoso para ti. Para evitar este sesgo, lo mejor es tener un plan predefinido que nos dicte cómo invertir nuestros ahorros, independientemente de lo que haga nuestro grupo de referencia.
Sesgo de pánico
Ante determinados momentos críticos, solemos tomar las decisiones por impulso. Por ejemplo, cuando los mercados caen y las cotizaciones de los activos bajan, muchos inversores liquidan sus posiciones por temor a seguir perdiendo. Sin embargo, esos inversores han renunciado a recuperar su capital en una futura subida de los mercados. De hecho, las caídas del mercado son los mejores momentos para comprar porque nos aseguramos un precio asequible.
Del mismo modo, cuando el mercado sube, puede que te sientas eufórico por invertir. El valor de los productos crece, a priori parece una buena idea. En cambio, si invertimos en los mejores momentos del mercado estaremos comprando caro, y el valor no tiene porqué seguir subiendo.
Sesgo de anclaje
Seguramente ya te haya sucedido alguna vez. Quieres comprarte unos zapatos y encuentras una oferta en una tienda. Compras esos zapatos porque te encantan y están a un precio irresistible. Te sientes genial, pero más adelante, ves el mismo modelo de zapato en otra tienda a un precio inferior. De repente te sientes un poco peor porque podrías haberlos conseguido más económicos.
Esto es el sesgo de anclaje. Normalmente tomamos como referencia el precio de compra de un producto para determinar cómo de buenas o malas son las variaciones sobre su valor. Por ejemplo, si encontramos un activo que ya teníamos en cartera a un precio inferior, pensaremos que lo hemos comprado caro y que adquirirlo a ese precio reducido es una oportunidad. Todo esto sin plantearnos si su valor seguirá reduciéndose en el futuro.
Sesgo de halo
Por más que nos pese, somos influidos por nuestros referentes en distintos ámbitos. Por ejemplo, si un amigo íntimo alaba las virtudes de un determinado vino, de primeras lo tomaremos en consideración. De hecho, decides comprar unas cuantas botellas para tu próxima comida familiar, pero llega el día y a nadie le gusta. Claro, tu amigo te ha recomendado el vino que mejor se adapta a su paladar, a su situación personal y a los platos que él cocina. Por eso a ti no te funciona lo mismo que a él.
Con las finanzas sucede exactamente igual. Si un reconocido inversor, o un personaje relevante al que tengas en alta estima, adquiere un producto, puede que intentes replicar sus movimientos. De nuevo, esa persona invierte y desinvierte según su estrategia. Aquí intervienen los niveles de riesgo que puede permitirse asumir, la iliquidez que está dispuesta a soportar, los tiempos en los que pretende lograr sus objetivos, entre otros factores. Sin embargo, tus circunstancias son diferentes. Como ves, no es una buena idea dejarse llevar por las decisiones de otros.
En las inversiones, actitud crítica
Todos estos sesgos son “soluciones rápidas” que en un entorno salvaje nos permitirían sobrevivir, y son útiles para escapar de un depredador o seguir a un líder más experimentando. En cambio, debes evitar estos atajos a la hora de invertir si quieres tener éxito. Por eso, lo mejor es consultar tu situación personal con un asesor financiero que te ayude a conjugar tus decisiones de inversión con tus objetivos vitales.