Hoy necesito ofrecer una explicación sobre mi ausencia. No es sencillo porque es una combinación de varios factores y la subjetividad. Sin embargo, lo voy a intentar.
Me gustaría pensar que la principal razón es que no acabo de encontrar la utilidad de estos post. En su momento trataba de evitar (a la desesperada) el colapso y no lo he conseguido. Esto ya lo he dicho otras veces y sigue siendo cierto. Ahora ya no hay nada que evitar. El desastre se ha consumado (pese a todos los mensajes optimistas) y ahora sólo quedaría construir.
Pero debo reconocer que quizás no sea del todo sincero; hay dos razones muy poderosas que pesan mucho cuando tengo que ponerme a juntar letras: aburrimiento y temor. Para intentar que no se me malinterprete (por lo menos aquellos que no tengan interés en hacerlo) voy a explicarlo.
El aburrimiento es comprobar que todo lo que vemos es, literalmente, un cuento. Un cuento y un sistema en el que todo es cada vez más gris y mediocre. En octubre de este año me ha tocado asistir (de una forma un tanto tangencial) a una especie de congreso sobre los sistemas de seguro en Italia y España. Allí coincidí con los “popes” (vips, expertos o como quieran llamarlos) de los dos países. No puedo decir que me sorprendiese nada; pero sí he de reconocer que me ha afectado comprobar la simpleza de estas personas que, en teoría, deben guiarnos y mostrarnos una realidad. La inmensa mayoría simplemente no tenía ni P. idea de lo que estaban hablando. Pero no importaba; de hecho es valorable. La inmensa mayoría de las presentaciones (hechas por “supuestos expertos” que se pasan la vida pidiendo financiación y dineros a las compañías de seguros) no decían nada. La del supuesto mayor experto era mejor que no dijese nada. Respecto a las conversaciones y las discusiones, no he visto más que tópicos sin sentido.
Se supone que todos debemos respetarlos, admirarlos o por lo menos asumir que las tonterías que sueltan son palabra del señor; lo malo es que yo no puedo. Eso es culpa mía. En todo caso no ahorré discusiones y la situación fue más surrealista aún. “Expertos” en planes de pensiones que se agobian por su plan de pensiones cuando les decía alguna cosa; “Expertos” en la situación económica que no se enteran de que la subida del consumo es completamente falsa (o por lo menos no responde a lo que se entiende como consumo…)… El caso es que nadie quiere rascar. No se quiere rascar porque tratar de explicar la realidad es un problema grave y no le interesa a nadie. Lo repito: muchos días me gustaría admirar, respetar y reproducir a estos personajes, pero no puedo.
Todo esto no es nuevo; es algo que vemos cotidianamente en los medios de comunicación, en la prensa y en lo que se ha venido a llamar “las redes sociales”. Ojalá fuese algo específico de España, pero tampoco lo es. Cada vez es más difícil encontrar algo con un mínimo de sentido o tan siquiera una reflexión con un mínimo de profundidad en un texto escrito.
En muchas ocasiones he alertado de otro efecto que va en esta línea. Durante mucho tiempo se han tratado de imponer una serie de dogmas a partir de simplificaciones, tópicos y unos supuestos métodos científicos tan versátiles que lo mismo demuestran una cosa que la contraria. Hace tiempo que un texto bueno no es el que explica la realidad, sino que los esfuerzos se tienen que dedicar a encontrar un modelo y unas variables que demuestren lo absurdo. Pero esto tiene un límite. Cuando nos acercamos al límite ya no hace falta convencer, sino que hay que usar la fuerza y el fascismo. Tampoco es la primera vez que alerto de esto; de hecho siempre fue mi mayor temor. No temo que existan personas malvadas que se quieran convertir en dueñas y señores de nuestras vidas (ni los representantes de PP, ni los de Podemos, ni los de Ciudadanos ni Pedro Sánchez….). Es peor; el que gobierne tras las elecciones que se van a celebrar el domingo tendrá que adoptar estas tácticas. La situación es insostenible y los rendimientos que necesita el sistema financiero dependen de que los ciudadanos se los facilitemos. Sea quien sea tendrá que elegir entre ciudadanos y sistema financiero y, por tanto, habrá que imponer (y engañar tan sólo para mantener las formas y el discurso a sabiendas de que nadie se lo cree).
La alternativa es sencilla pero imposible. Los expertos han de arriesgarse a pensar, los políticos han de pensar y ha de triunfar la honestidad. Tan simple como esto. El aspecto positivo de una situación límite es que todo es más sencillo de ver; el negativo es que todo es imposible de hacer.
Estos días estamos asistiendo en la campaña electoral a todo este proceso; los unos engañando y los otros dejándose engañar, y todo el esfuerzo en todos los medios para limitar al máximo las expresiones.
En el “cara a cara” de Pedro Sánchez y Mariano Rajoy se ha comprobado perfectamente esto. Pedro Sánchez acusó a Mariano Rajoy de “no ser una persona digna” en referencia a la corrupción. Mariano Rajoy ha hecho lo único que podía hacer ante la mención a este personaje (aparte del “ya tal” que no procede en un debate): “ofenderse”. Como a Pedro Sánchez le interesa ofender y al otro sentirse ofendido ya tenemos toda la historia de las broncas. Y ya de paso tenemos a los dos nuevos partidos asumiendo el papel de responsables.
De alguna forma ya tenemos el rango en el que nos movemos: si no ser digno es un insulto agresivo todo el que diga algo peor insulta y desprecia. Y claro, aquí está mi temor; no se me ocurre un calificativo más suave para los hechos expuestos. Por lo tanto, siguiendo el razonamiento, es sencillo inferir la calificación que se me va a dar cuando opine sobre algo.
De repente esto sirve para explicar que un impresentable propine un puñetazo al presidente del gobierno. Da igual que hace tiempo vengo diciendo que en cualquier situación de violencia vamos a perder los que somos carne de cañón; es indiferente que haya dicho muchas veces que en un conflicto lo primero que se va es la verdad y la honestidad (hace tiempo que ya no se ven) y es totalmente irrelevante que haya manifestado por activa y por pasiva que estas actuaciones sólo pueden degenerar en un desastre mayúsculo.
Tras las actuaciones encontramos los comentarios de todos los periódicos llenos de opinadores pagados de ambos bandos (estoy segurísimo de que ninguno de los que cobran declaran esos ingresos a hacienda, lo cual me importa bastante poco…) echando la culpa de un conflicto que supuestamente no desean al otro. Tan sólo necesitamos un pensamiento básico para deducir que esto es precisamente lo que origina el conflicto. Tampoco es demasiado difícil encontrar contradicciones curiosas.
Y encontramos otra vez los comentarios de que los problemas de la gente son culpa de la gente, olvidando otra vez que si se han tomado unas cuantas decisiones que han destrozado el país (y el PP no ha sido ni el primero ni el único que lo ha hecho) eso significa que la sociedad ha sido víctima de estas decisiones. Es decir; si se toman toda una serie de decisiones desastrosas (y cada uno de los bandos afirma que las del otro lo son) esto tiene unos efectos que se llaman problemas.
Y, por tanto, aquí estamos reconociendo que tengo miedo a decir que las decisiones que se han tomado han llevado a mucha gente al límite y a la desesperación. Reconozco que temo las consecuencias de decir que “ha destrozado España” significa “ha destrozado a los Españoles” y que “indigno” no me parece un insulto para ninguno de los que han destrozado España, ni tampoco para el que se conforma con ensayar ante el espejo tremenda frase con tanto arrojo.
Por estas razones me cuesta tanto escribir. Cuesta encontrar la utilidad en un entorno que está degenerando a marchas forzadas y que va a degenerar más. Todo ello porque el concepto “discutir” necesita el concepto “razonamientos” se ha sustituido por el “pelear” con “argumentarios”. Y eso me lleva a que hoy debería respetar a quien no puedo respetar. Me lleva a una situación en la que el desprecio está penado sin poder apreciar.
No sé muy bien cómo salir de esta situación. Me toca pensar más (irónicamente…)
Pd. publicado el post he detectado que hay un punto que puede generar malentendidos:
Las personas a las que no puedo respetar no son la totalidad del público académico, ni la totalidad de la sociedad, ni la totalidad de los políticos; son la generalidad de los representantes. No creo que sean representativos de los colectivos; es decir: Hoy son personas de referencia en el mundo académico aquellos que cumplen una serie de características. Son precisamente estas características las que me cuesta respetar.