Las burbujas financieras son tan antiguas como la propia bolsa. De hecho, si nos remontamos a los orígenes, en torno a 1630 ya podemos leer acerca de la primera gran burbuja financiera, conocida como la Tulipomanía.
Mucho ha llovido desde entonces, sin embargo, parece ser que la psicología del inversor ha cambiado poco, tanto es así, que en 2021 se pusieron de moda memestocks.
Marcos Pérez, participará en la Rankia Markets de Madrid
Con motivo de la próxima Rankia Markets de Madrid, entrevistamos a Marcos Pérez, Asesor independiente de asignación de activos en cartera y selección de fondos cuantitativos, conocido en las redes sociales como Inversobrio, quien nos buscará acerca a una perspectiva diferente sobre la evolución de las burbujas financieras a lo largo de la historia.
Eres de formación astrofísico por la Universidad de París-XI, ¿Cómo se pasa de estudiar algo tan perenne como los astros, a trabajar en algo tan increíblemente volátil como los mercados de valores?
La respuesta tiene mucho que ver con el cliché de “estar en el lugar adecuado en el momento adecuado”. A finales de los años 1990 y principios de los 2000, había una gran demanda por parte de bancos y gestoras de perfiles cuantitativos (llamados “quants”). Con la homogeneización de la información, el riesgo y la elaboración de nuevos productos de inversión, cada vez más todo tenía que estar medido, calculado y “cuantizado”. La mayoría de los perfiles en banca e inversión provenían de una formación más “de letras” (ADE, Económicas, Derecho...), y en aquellos años era menos costoso enseñar algo de finanzas a un físico, matemático o ingeniero, que enseñar matemáticas y estadística a un abogado, por ejemplo.
¿Al final todo es cosa de números?
Al principio eso creía yo también... Muchos quants caen en la tentación de ponerse a modelar las series históricas de precios y sacar conclusiones de sus propiedades estadísticas y econométricas. Unas veces porque así se lo piden en sus trabajos y se limitan a ejecutar, otras por pura fascinación frente a los propios mercados.
Pero nada más lejos de la realidad. La matemática es un lenguaje, una metáfora del mundo que usamos para entenderlo y dominarlo “cuando se deja”.
Galileo hizo una importante distinción con respecto a los Platónicos griegos. Éstos últimos creían que lo real eran los conceptos y relaciones matemáticas, y que el mundo era una especie de sombra de aquellos conceptos puros, perfectos y con existencia propia a descubrir.
Galileo se dio cuenta de que el mundo no funciona así. Algunos fenómenos se comportaban “como si” obedecieran a unas relaciones matemáticas concretas (por ejemplo, la parábola que dibuja el balón de baloncesto al tirar a canasta), pero no tenía por qué ser siempre así.
De hecho, hoy sabemos que los pocos fenómenos que podemos explicar de manera matemática y determinista (el “cuando el mundo se deja”) son eso, una excepción a un mundo mucho más complejo de lo previsto.
Los participantes en los mercados no son ajenos a ese hechizo platónico. La cantidad de talento y medios destinados a modelizar matemáticamente todo lo que sea posible, no cesa a pesar de los sonados fracasos que, de manera recurrente, salpican la industria. Baste recordar el ejemplo del fondo LTCM, gestionado por dos premios Nobel, que en 1998 implosionó de tal manera que la Fed tuvo que rescatarlo a riesgo de, en caso de no hacerlo, poner en peligro el sistema financiero mundial. Todo por un exceso de fe en unos modelos que pretendían representar a la realidad, pero que nunca pueden sobrepasar el estatus epistemológico de un mapa o guía sobre ella.
Aplicar con fe ciega la IA a la inversión están cometiendo el mismo error conceptual que cometieron hace 25 años los Premios Nobel que gestionaban el fondo LTCM
El punto clave es darse cuenta de que no se trata de un problema de falta de talento o medios, sino que el obstáculo es la propia naturaleza del problema. El economista austríaco Ludwig von Mises ilustró este problema con su ejemplo de la estación de tren.
Imagina que unos extraterrestres observan a los humanos a través de una cámara de seguridad de la estación de Atocha. Observan que los humanos van a la estación y después de un tiempo deducen un patrón persistente de comportamiento: Los humanos acuden a la estación a ciertas horas durante 5 días seguidos y luego hay 2 días en los que dejan de hacerlo.
Imagina que unos extraterrestres observan a los humanos a través de una cámara de seguridad de la estación de Atocha. Observan que los humanos van a la estación y después de un tiempo deducen un patrón persistente de comportamiento: Los humanos acuden a la estación a ciertas horas durante 5 días seguidos y luego hay 2 días en los que dejan de hacerlo.
Pero un día la estación está vacía un jueves, cuando su modelo cuantitativo basado en datos históricos predice que debería llenarse. Los extraterrestres están confundidos. ¿Qué ha pasado?
Resulta que ese jueves era Navidad. Los extraterrestres no sabían que los humanos no suelen ir a trabajar el día de Navidad.
Los extraterrestres intentan explicar el fracaso de su modelo. Dicen que necesitan más datos, que no lo calibraron lo suficiente o que no tuvieron en cuenta todos los factores.
Pero el problema es más profundo. Los extraterrestres ignoraron que los humanos no son partículas con propiedades idénticas como si fueran electrones. Los humanos tienen libre albedrío, por lo que pueden cambiar de comportamiento en el futuro.
Esto es algo que los electrones no pueden hacer. Por eso, es imposible predecir consistentemente el comportamiento humano agregado (como en la economía o los mercados financieros) con la misma precisión que las leyes termodinámicas explican el comportamiento de agregados de partículas idénticas como en un gas.
Aún así, cada cierto tiempo vuelve el “hype” cuando aparecen nuevas técnicas, como sucede ahora con la Inteligencia Artificial. Parece que vaya a resolver todos los problemas del mundo, incluido el de la inversión. Pero sus defensores no se dan cuenta de que al aplicar con fe ciega la IA a la inversión están cometiendo el mismo error conceptual que cometieron hace 25 años los Premios Nobel que gestionaban el fondo LTCM: confundir el mapa con el territorio, cientifismo e ignorancia de la naturaleza profunda del problema de la inversión.
A lo largo de 400 años de historia bursátil, la tecnología inversora ha evolucionado mucho; trading algorítmico, quant, roboadvaisors… Sin embargo, en la práctica hemos pasado de la primera burbuja de los bulbos de tulipán en Amsterdam, a las revalorizaciones del 1000% en memestock a través de foros de Internet, ¿Parece ser que la psicología del inversor no ha evolucionado tanto?
Desde entonces han cambiado pocas cosas. Si acaso, la ropa que llevamos por un lado, y por otro la velocidad a la que la información y las transacciones se realizan. Efectivamente, uno de los rasgos o factores comunes necesarios que todas las burbujas comparten es, obviamente, la participación de los seres humanos.
Pero la participación humana no es la única condición necesaria para que aparezcan burbujas. Por ejemplo, ¿por qué no hubo burbujas a lo largo de los miles de años que duró la edad de piedra o durante la edad media?
Es precisamente la capacidad de los participantes de creer en una promesa o fantasía, la que permite en última instancia que sigan apareciendo burbujas en el futuro.
Algunas condiciones necesarias son obvias, como por ejemplo la existencia previa del dinero y la “observabilidad” de los precios. Efectivamente, si no hay un registro en el que todos los posibles participantes puedan observar la evolución de los precios, no puede “observarse” ninguna burbuja.
Y es que la metáfora de una burbuja para referirse a estos fenómenos especulativos no es quizá la mejor que se podía elegir. Quinn y Turnen proponen la metáfora mucho más adecuada de un incendio.
Para que ocurra un “incendio” en los precios, son necesarias al menos tres condiciones previas y “una chispa”:
- La posibilidad del crédito o un exceso de ahorro disponible (combustible).
- La voluntad de especular (calor).
- La facilidad de negociación (oxígeno).
La “chispa” que prendería el incendio una vez se dan esas condiciones sería una interferencia gubernamental (favorecer una industria, por ejemplo en el caso de la burbuja inmobiliaria española) y/o un potente MacGuffin o narrativa capaz de convencer e “hipnotizar” a los potenciales participantes. Unos participantes que, gracias a la disponibilidad del crédito y la creencia compartida en unas expectativas hiperbólicas, producirían en la fase de crecimiento o incendio una dinámica en la formación de precios retroalimentada positivamente, y retroalimentada negativamente en la fase de explosión o extinción del fuego.
Es precisamente la capacidad de los participantes de creer en una promesa o fantasía —la capacidad de autoengaño propia de nuestra especie— la que permite en última instancia que sigan apareciendo burbujas en el futuro. Si los humanos nos comportásemos siempre de manera absolutamente racional, las burbujas no podrían existir.
Da la sensación que a nivel bursátil vivimos en un entorno que busca saltar de burbuja en burbuja, durante las cuales cada una de ellas es cada vez más corta e intensa, a saber; Internet, inmobiliario, FAANGs, criptomonedas y metaverso, y ahora se habla de IA. ¿Cómo puede la finance conductual ayudarnos a prever o, al menos, entender mejor cuando estamos inmersos en una burbuja financiera?
Ni los propios expertos se ponen de acuerdo en la definición precisa de lo que es una burbuja. Es muy fácil “verla” a toro pasado, cuando ya ha explotado y es historia en los libros. Pero mientras está creciendo, es difícil encontrar un criterio que nos diga sin ambigüedad si estamos o no en una. Grosso modo, podemos decir que estamos en una burbuja cuando el precio de un activo se aleja exageradamente de lo que sería un precio razonable en función de sus pagos futuros. Pero, ¿qué es exactamente “exagerado” y cómo lo distinguimos de la volatilidad propia de los activos? ¿Cuál es una estimación razonable de pagos futuros?
La burbuja de los ferrocarriles en Inglaterra a mediados del siglo XIX arruinó a buena parte de su emergente clase media y produjo una caída del PIB del -3%.
En cualquier caso, de poco sirve detectarlo, pues una burbuja o sobrevalorización de activos puede continuar hinchándose indefinidamente antes de explotar. Obviamente, ningún árbol puede crecer hasta el cielo, pero intentar estimar cuándo dejará de subir es uno de los deportes más arriesgados de la inversión. Como dijo Keynes, los mercados pueden continuar siendo irracionales durante mucho más tiempo del que tú mismo puedes permanecer solvente.
En otras palabras, a nivel particular no es sensato intentar posicionarse contra las burbujas aunque sean evidentes, pues nos pueden arrollar antes de que el mercado recupere su racionalidad.
Por otro lado, resulta siempre tentador subirse a una burbuja. Efectivamente, al ser humano lo dirigen las narrativas que abraza, de tal manera que es muy fácil empezar a creer en las promesas que toda burbuja destila. Si además acompaña un precio siempre al alza, la tentación de intentar entrar en el clubo de “los que se están haciendo millonarios” puede ser muy difícil de resistir. Y una vez dentro, resulta aún más difícil salirse antes de que la burbuja estalle y evitar sufrir unas pérdidas que en la mayoría de los casos suelen ser ruinosas.
En la próxima Rankia Markets darás una charla acerca de burbujas financieras con una perspectiva optimista. ¿Podrías adelantarnos algún ejemplo de cómo los defectos humanos que han llevado a la creación de burbujas, eventualmente también habrían contribuido al progreso económico y tecnológico?
Todas las burbujas tienen consecuencias. La primera y más inmediata es que la gran mayoría de participantes en las burbujas van a ser aniquilados por ellas. Esto es, una gran mayoría se va a arruinar porque no es posible detectar el momento justo en el que la música dejará de sonar, y casi nadie es capaz de salirse antes cuando los precios no dejan de subir. Todo el que participa en una burbuja cree que, o bien será capaz de vender antes de que la burbuja explote, o bien la burbuja va a continuar indefinidamente porque se ha iniciado “un nuevo paradigma” (variación del “esta vez es diferente”).
La segunda, es que la explosión de toda burbuja tiene siempre efectos negativos a corto plazo sobre el resto de la economía real, más allá de dejar a la mayoría de los participantes arruinados. Efectivamente, cuanto más grande en volumen de activos crece una burbuja, más daño hace al resto de la economía cuando ésta explota. Daña los sectores de actividad implicados, pero también los relacionados indirectamente. Así como reduce la capacidad de crédito de la economía en general, contrayéndola o incluso metiéndola directamente en recesión.
Tanto su “hinchado” como su explosión son fenómenos observables e inmediatos.
Sin embargo, mi tesis es que, entre sus consecuencias —más allá del daño visible que las burbujas hacen a sus participantes y a la economía en el corto plazo—, las burbujas pueden ser beneficiosas para el progreso de la humanidad a largo plazo. Y eso no podría suceder sin la capacidad de autoengaño que tiene el ser humano.
Por ejemplo, a toro pasado, todo el mundo se ríe de cómo fue posible que a finales de los años 1990 se valorasen páginas web sin beneficios por un valor de billions y que millones de traders “picasen” en la narrativa de la “nueva economía”. Viendo cómo más del 90% de aquellas empresas quebraron y desaparecieron en un mercado bajista en bolsa que duró tres años, millones de traders arruinados y una recesión que duró dos años; puede parecer que la burbuja punto-com no trajo nada bueno.
Sin embargo, aquella burbuja incentivó y aceleró la implantación de nuevas tecnologías que han aumentado la productividad de las empresas desde entonces, así como el desarrollo tecnológico. Por ejemplo, el sobredimensionamiento de la infraestructura de fibra óptica o el exceso de ingenieros, ayudó posteriormente a desarrollar más fácil y rápidamente otros campos tecnológicos que nada tenían que ver con las punto-com.
Otro ejemplo menos reciente de este beneficioso efecto son los ferrocarriles en Inglaterra. Su burbuja de mediados del siglo XIX arruinó a buena parte de su emergente clase media y produjo una caída del PIB del -3%. Sin embargo, allanó el terreno (en su doble sentido) para que hoy en día el Reino Unido tenga una de las mejores y más extensas infraestructuras ferroviarias del mundo.
Nótese que las burbujas producen un esfuerzo inversor —asignación de recursos y talento— que, de permanecer sus participantes dentro de un marco racional, no se habría dado. Especialmente cuando se trata de burbujas no dirigidas ni inducidas por la intervención del gobierno, a largo plazo son netamente beneficiosas para el progreso de la humanidad.
En resumen, sin la capacidad genuinamente humana de imaginar y creer en narrativas sin un respaldo real, las burbujas no inducidas por el gobierno no podrían suceder. Es esa capacidad de creer en las ficciones y fantasías que nos construimos en la cabeza —¿defecto o virtud?—, la que permite de vez en cuando la creación de burbujas que tanto daño hacen a corto plazo, pero con la capacidad de beneficiar a la humanidad a largo plazo.
¿Te apuntas a la Rankia Markets? | Aún estás a tiempo
Sin duda, la premisa que Marcos ha ido desarrollando a lo largo de esta entrevista, es cuanto menos interesante. Y no en vano, con motivo de la V edición de la Rankia Markets de Madrid, que tendrá lugar el próximo sábado 04 de noviembre a partir de las 09.00, tendrá ocasión de desarrollar con todo lujo de detalle esta tesis aquí expuesto.
Por tanto, si no te lo quieres perder, todavía estás a tiempo de inscribirte.
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